Elogio del tamagotchi

Una amiga me mandó uno de esos reportajes cortos de la Deutsche Welle sobre un tipo que se gana la vida haciendo nada. Se llama Shoji Morimoto. Lo contratan para que sea una suerte de compañía. Depende de lo que el cliente quiera este puede hablar o solo escuchar. Se alquila para estar.

Una de las clientes de Shoji comenta lo versátil que es tener este tipo de servicio. Ella dice que al estar con sus amigos siente la presión de tener que entretenerlos, de tener que estar ahí a la expectativa de generar algo en ellos, ya sea una impresión mínima, un gesto, una palabra, situación que la hace sentir incómoda. Siente que al final la compañía del otro exige un intercambio que a veces no sabe si es capaz de dar. Por eso antes que seguir sometiéndose a esas condiciones de ansiedad alquila una compañía con la que no tiene la necesidad de sentirse, a fin de cuentas, juzgada o presionada.

Shoji tiene la modalidad de hablar o de simplemente escuchar, dependiendo de lo que el cliente le pida. Su negocio ha ido creciendo. Ha tenido un promedio de casi cuatro mil salidas donde no hace absolutamente nada. Si se lo piden come, asienta, se muestra atento a los sentimientos ajenos. Asertivo, su silencio se cotiza en la bolsa, en las calificaciones de los usuarios.

Hay renovación de salidas, hay flujo de retorno; algo muy positivo para el negocio de la soledad. Estamos hablando de las profesiones del presente.

Otra cliente lo contrató para no sentirse sola mientras en una salida iba disfrazada de Pikachu. La compañía le da seguridad suficiente para no sentirse ridícula, una sensación que parece no encontrar sitio en las amistades sinceras. Mediante el pago se evade cualquier forma de vergüenza.

Lo que me llama la atención es que tenemos a ese otro que podemos configurar de acuerdo a nuestras necesidades. Como me dice una amiga: en el presente el otro es a la carta. Yo lo configuro de acuerdo a las urgencias de mi soledad. Entonces silenciamos, censuramos, bloqueamos, establecemos restricciones para protegernos del otro. Resguardamos una soledad frágil como el cuerpo interno de un cangrejo.

En parte admiro el negocio de Shoji.


En parte no me interesa. Sin embargo, no se puede descartar la posibilidad…


Me hace pensar que detrás del oficio agotador de la vanidad está empozada a nueva forma de tristeza. La soledad que alimentamos como un tamagotchi: mostrico que se satisface con mínimas muestras artificiales de afecto. Mostrico que vive de las relaciones estériles que no llegan ningún sitio. Un mundo donde el otro es solo un medio para alcanzar la exaltación personal. De ahí la virtud compensatoria de los likes y corazones en las redes. El camino a unas mejores formas de incomunicación.

El otro está para consolarnos en la medida de nos infla, a riesgo de reventarnos o quemarnos. Esa quizá puede ser una de las bemoles del oficio de Shoji: el cliente se hunde tanto en su ego que no vuelve más, aunque es algo paradójico, porque se supone que debería generar un efecto contrario, uno que a fin de cuentas pone en peligro es la soledad de Shoji, su cualidad más valiosa, que corre el riesgo de dejar de ser inédita, o lo que es peor o evidente: que aburra.

Gabriel Zaid en su ensayo de Los demasiados libros habla del surgimiento de una nueva profesión en la nueva era del ensimismamiento: los que escuchan.

Una solución de welfare state sería crear un servicio nacional de geishas literarias, con maestría en letras y psicología autoral, que trabajaran a tiempo completo en leer, escuchar, elogiar y consolar a todos los autores no leídos.

Persona con un don legítimo para escuchar nuestros lamentos. Como un cura detrás del confesionario, uno que no tiene que darnos penitencia. Una persona que alivie nuestro ego, ya que la misma situación nos evade de asimilar la poca relevancia que tenemos. Pero como nos enseña Shoji, y su humilde oficio de no hacer nada, el dinero puede brindarnos, así sea en una situación simulada, de no ser lapidados por el servicio que contratamos. Pagar por la ilusión de los afectos.

Me parece una misma vertiente del coroteo, otra rama de la prostitución. Yo a todas estas me pregunto si Shoji siente afecto por un cliente, digo: ¿al sentir empatía su negocio se diversifica, o se jode? ¿La lástima altera los servicios de no hacer nada? ¿O es que la clave del éxito del negocio de no hacer nada radica en la misma indiferencia que establece el contrato mismo?

¿Tú qué piensas?

Shoji hace de la terapia una profesión ambulante. Ya no tienes que pagar para ir al psicólogo, él va por ti. No cuestiona, simplemente le pagas para que sea una versión amueblada de tu propio espejo.

Lo interesante es la pregunta que el reportaje de la DW deja al espectador:

¿Y, a qué se dedica el hombre que no hace nada después del trabajo?
Esperemos que algo.

La compañía tiene un precio. El otro al final nos aterra porque nos hace sentir vulnerables. La velocidad de las cosas ha cambiado radicalmente ´como se comporta o piensa la gente. El aburrimiento es la cara oculta del entretenimiento.

El oficio de Shoji es solo otro síntoma del presente.

Alexander JM Urrieta Solano

Textos con cangrejos

Lo que nos queda

Selección natural

La esquina de barro

Tanizaki en Las Vegas

Cómo estafar a otros y creer que salvas el planeta

Coda

Hola M. 

Anoche Israel se mató. 

Fui a la universidad a verme con ese grupo cuyo único vínculo era Gustavo, o eso creía hasta cierto punto. Sentí un taladro en el cerebro al saber los detalles de todo. La violencia de los hechos.

Las malas noticias marean.

Fue una relación extraña. No pude evitar pensar, y se lo comenté a los que estaban ahí, que era una pena vernos así de rotos, o sentir que yo solo estaba allí para eso, porque afectos como tal no hay tan claros, no lo sentí así, digo, la amistad se construye de muchas cosas: para mi es una institución sagrada, composición ciclópea, y entre extraños y conocidos queridos caí en cuenta de esa enseñanza mezclada con fatalidad. 

Dije entonces: «ya van dos», él y Gustavo, no dije «ya son», sino «van dos», como asumiendo, de una manera inevitable y aterradora, que vendrían más. Eso en el fondo me dolió mucho. Le di un valor ambiguo a la esperanza. Y me vino al recuerdo un disco que Israel me recomendó hace años: «Hasta que te sangren los oídos». Ese grato recuerdo que pensaba haber olvidado me hizo sentir peor. El pésame. Los abrazos. Garganta rasposa. Ojos hinchados. Olor a curda barata en los labios. Esas ganas de fumar para olvidar. La sobriedad es muy aburrida. El abandono en remodelación de la universidad donde me encontraba, frente al mural de Mateo Manaure en las afueras de la Biblioteca, me hizo sentir doblemente peor. 

También la universidad para mi estaba muerta. El saber en ruinas es solo frivolidad. En ese punto aceptaba que era un cínico. La tristeza quedó reducida a una imagen. A papelillos de Carnaval. Lo demás es basura.

Al final poco se sabe del pesar interior de las personas, ignoramos lo que acontece en el corazón del otro. No sabemos nada del dolor ajeno. No tenemos en verdad idea de casi nada. Morir es el pase que nos espera a todos por igual al final de la noche. Después, para nuestra calma, no hay nada. Otra cosa nefasta es asumir que uno es el único que sufre. O que no hay dolores más grandes que el que padece uno. Eso, viéndolo así, es egoísta, un síntoma discreto pero volátil de la depresión, y cuando no se ubica en ese nombre, puede tratarse de una empresa autodestructiva. Ya no sé qué pensar. No importa. Para este caso me da como lo mismo. Hoy solo quiero dejar un registro de mi dolor.

No podemos evitar ver las cosas de manera retrospectiva, reducir el tema a nuestros limitados asuntos, logramos expresar algo apenas sugerente, se trabaja con muy pocos recursos, las palabras quedan para una tarea masoquista; solo así podemos escribir, tomando el dolor como un asunto familiar, creyendo que lo conocemos pero todo se trata de algo inédito. Una mentira que aplaca de a ratos la gravedad de esta realidad: una pesadilla.

Una persona en que la invisible agonía de Ello alcanza cierto nivel insufrible se mata del mismo modo que una persona atrapada salta en algún momento para escapar de las llamas. Que no haya dudas sobre la gente que salta al vacío. Su terror a lanzarse desde una gran altura es tan grande como el de otra persona que se asoma a esa ventana para ver el paisaje; es decir, el miedo a caer es una constante. La variable aquí es el otro terror, las llamas del incendio: cuando las llamas se acercan lo suficiente, arrojarse al vacío se convierte en un terror ligeramente inferior al otro. No se trata de ningún deseo de dejarse caer; es el terror a las llamas. Y, sin embargo, nadie en la acera que mira y grita que no se tire, que aguante, puede entender el salto. Realmente no. Se tiene que haber estado personalmente atrapado por las llamas para comprender realmente ese terror muy superior al de la caída…(Infinite Jest, pág. 786).

Parece que nada es casualidad. El azar tiene algo de trágico en las palabras al momento de comentar los hechos. Y nos preguntamos sobre pistas o indicios que nunca estuvieron, o que acaso fueron rastros demasiado evidentes y lo que pasaba era que cualquier situación era inminente como para hacer algo. 

En el fondo siempre estuvo la estima. Es curioso que sean en estos momentos de dificultad que nos demos cuenta de la importancia que tenía una persona en nosotros, y enterarse al mismo tiempo que fuimos por igual importante para ella. Al escribir sobre él experimenté el momento de la sensación verdadera, hice las paces con el porvenir, con el espacio, con mi propia versión personal del futuro, mi método básico de aferrarme a la vida; se recupera la fe en los otros de maneras muy extrañas, (uno en pequeños gestos puede ser mejor amigo de lo que es, y ni siquiera se da cuenta). Quedan los fragmentos, los recuerdos, y así como Gustavo, dejé esto como la forma más personal de conservar a una persona que sin saberlo me salvó la vida. Quiero tenerlo presente en su caos, pero también en su sentido radical de justicia, en su rara anarquía. En mí queda la imagen que nos une en nuestra historia común: el perdón. Digamos que la despedida es una maniobra de sanar. Y como nadie sabe lo de nadie, es válido que en las palabras quede constancia la tregua invisible: una pequeña grieta en el amor: de la destrucción.

Mi extrañeza estaba en olvidar que todos en el fondo tenemos un tormento que carcome lentamente, y cuando alguien se mata es un suceso clave para retomar un tema como la salida, el game over voluntario, en fin…la fragilidad de la vida.

Pensé que era algo que tenías que saber. 

Cuídate.

Caracas, 5 de marzo de 2022

Compilado Dis Latinoamericano:

1. Piel y Huesos – Kaos Total 00:00

2. DHK – Incendia La Ciudad 01:38

3. Antimaster – Fuente De Poder 03:24

4. Holocausto – Nuestra Tierra 05:17

5. Doomsday – Raw Or War 07:20

6. Juventud Podrida – Viviendo En Depresion 08:36

7. Besthoven – Victims Of Another Bombraid 11:17

8. Outlaw Bastards – Cerdo Servil 13:00

9. Hatross – Wxbxbxdx 15:19

10. Disvastación – Horrors Of War 16:36

11. Las Tripas – Hartos 18:55

12. Barrakas – Caminando Sobre Ruinas 20:51

13. Restos Humanos – Kaos 22:16

14. Los Rezios – Traga Mierda 23:56

15. Under Threat – Endangered World 26:10

16. Eutanasia – Muerte Al Sistema 28:19

17. Reciklaje – Carcel 30:33

18. Dischaos – Tragedia Mundial 32:36

19. Ruina Total – Bombas Al Altar 34:20

20. Endless War – Produce Hasta Agotar 35:42

21. Fusiladxs por la Democrassia – Libre Elección 38:20

22. Total Distopia – Hambre, Miseria, Terror Y Caos 41:10

Ministro, estuprista y beato

para A. y Danilo Kiš

…pasado varios días de los sucesos podemos hablar de ellos con una libertad mayor porque ya no son de interés general.

(La libertad de expresión es un comodín dentro de un mazo de naipes que cuando no conviene en el juego se saca por no tener validez. «Estoy en contra de la censura y la autocensura. Con una sola condición, como dijo Alceo de Mitilene: que si vas a decir lo que quieres, también vas a oír lo que no quieres» — Los mitos de Cthulhu).

…una tendencia no puede pasar de un día, si puede durar apenas unas horas mejor. Los acontecimientos nacen muertos.

…la magia del espectáculo es que todos los días se nos bombardea de contenidos excesivos de infinitas partes, no importa cuál sea el tinte, la postura o la desgracia, todo se pulveriza en la degustación de la diversión. La finalidad es que no tengamos ningún espacio para analizar nada salvo en los límites que impone la tendencia, mientras se sostiene la ilusión que estamos más informados que antes porque se asocia en la cantidad y circulación agobiante cierto sentido de superioridad, sin considerar las repercusiones digestivas y cerebrales, esas que terminan alimentando con preocupante éxito los egos de aquella raza tan necesaria para la preservación de la humanidad: los imbéciles. Es una población densa que se encuentra en casi todos los dominios de la vida. Con el milagro de las redes podemos sentir que esa imbecilidad nos sopla la nuca y da sobradas razones para tirar la toalla. Sin embargo resistir dicha imbecilidad, incluso cuando se tiene una urgencia urticaria de acometerla, es una maniobra terapéutica que tampoco lleva a ninguna parte, pero que nos puede traer una tranquilidad paliativa y en una situación colateral, no sé, encontrar la empatía de un lector desconocido que tenga angustias parecidas a las nuestras.

…los sucesos ocurridos entre 28 y 29 de abril de este año pueden destacarse para hablar sin tanto rodeo de la imbecilidad venezolana. Destaqué tres sucesos que aislados no tienen la mayor importancia pero vistos en conjunto proponen un tríptico de la infamia temporal: la muerte del ministro de educación, el estupro del poeta y la beatificación del venerable.

…el primer suceso fue solo para confirmar trastornos patológicos sobre un país polarizado que decide medir todas sus situaciones con la misma vara rota. Por una parte las encomiástiscas palabras obituarias donde el ministro era casi un Prometeo de la revolución. Recordemos que este sujeto fue el que dijo que el control cambiario más que una medida económica era una medida política, ideológica, es decir que las regulaciones fueron establecidas por la retórica antes que por principios financieros. Del mismo modo sucedió con las medidas aplicadas al sistema educativo que desde su cargo se suponía tenía que velar; sin duda lo hizo, como buen revolucionario, desde la retórica, propugnando por una educación que enseñara a obedecer antes que pensar. Su modesta gestión mandó todo el sistema a la verga. Cuando la educación no se conforma con ser una herramienta para el embrutecimiento de las masas se vuelve innecesaria y se la condena al mayor de los abandonos presupuestales y espirituales. Si el maestro no es un ideólogo no sirve para nada. Por el otro extremo era de esperarse los populares comentarios celebratorios de la muerte del ministro, una expresión que, aunque puede ser entendible hasta cierto punto, raya por igual en la mediocridad, pues se confunde la irreverencia con una especie de triunfo infantioloide, el único que los opositores pueden tener, del que se aprovecharon intelectuales oportunistas que no desperdiciaron la ola para opinar alguna estupidez hormonal de acuerdo a la tendencia acontecida. Sin ánimos de defender posturas extremas hay que entender que bajo estados de resentimiento, exaltación y odio no se puede esperar lucidez ni mucho menos creatividad de ninguna parte. Tristemente la impostura también es una forma de agradar a la gente, de complacerla con lo que quiere y espera ver. Escribir contra el régimen se vuelve en sí un recurso muy cómodo para ganar seguidores y recibir halagos, si llegas muy lejos te puedes convertir en un preso político potencial. La muerte del ministro demostró que la educación como abstracción se logró personificar en una persona y todas las glorias y fracasos reposan en su figura transmediática, que a su vez es una refracción de nosotros como pueblo entero, lo que me hace pensar que más que la muerte de un ministro es la reacción ante la muerte de este lo que hace del suceso algo demasiado irritante, porque me hace concluir como individuo que estoy por igual enfermo. El país entero está enfermo. Es uno de los logros del totalitarismo: convertir a sus engendros en monumentos para que nos distraigamos alabándolos o maldiciéndolos. En las posturas extremas está concentrado el legado palpable de una educación sentimental. Claro, si es que eso podemos llamarlo de esa manera. Educación.

…horas después una cuenta anónima en twitter abrió un hilo con un testimonio de abuso por parte del agitador cultural Willy McKey. El poeta en su cuenta de instagram hizo tres publicaciones que vistas desde la indiferencia de un lector podían entenderse como una muestra de narcisismo incontenible, pero releyendo las publicaciones todo parecía más como el último desespero de una carrera que como el sistema educativo local se fue a la mierda. Demás está mencionar los usuarios que aprovecharon el enjambre para opinar acerca de su disgusto tanto del abuso como de la figura del escritor, dando juicios intercambiables. Un momento adecuado para decir a mí nunca me gustó tal escritor, siempre me pareció esto y aquello, nunca me gustó como escribía, comentarios dados por personas sin nada mejor que hacer ni decir. Se toman la molestia de opinar como si fuese demasiado importante. Por supuesto que bajo esta lógica este texto se somete por igual a las mismas reglas del juego. Ganamos todos.

(No me interesa si lo que leo de alguien que escribe me parece bueno o malo, si estoy o no de acuerdo con lo que plantea en su texto, lo que me interesa es si esa persona que escribe piensa y aparte me hace como lector pensar en algo más, incluso diciendo las cosas mejor, cosas que ni siquiera hubiera podido concebirlas de la misma manera, en el mejor de los casos, nunca haberlas pensado así. Hay que aprender a leer a cada escritor en su sistema, solo así podemos llegar a decir las cosas mejor, aprendiendo de los recursos de otros para poner en práctica nuestra propia contienda al tratar de plasmar lo que se piensa. Como lograr eso es muy difícil con mayor razón hay que esmerarse por saber leer mejor a los otros, sin crearse expectativas que esos mismos otros te entiendan cuando propongas el mismo juego a la inversa. Esta lectura, por supuesto, no tiene que ver con sentimentalismos ni empatías sanguíneas, se puede admirar a un autor sin necesidad de estimarlo, preferiblemente leerlo en silencio sin recomendarlo a nadie. En secreto el silencio es la forma de desprecio que uno en el fondo quiere tener, porque estamos hablando de una envidia sincera. Hay otros casos donde el desprecio es la única forma de querer al artista).

…¿qué sucedió con el agitador cultural?, le descubrieron su pata coja y todos se unieron al linchamiento verbal a distancia, sacaron provecho para purgar la fama ajena, castigar la insensatez. La violación es una cosa despreciable, tanto que se volvió un lugar común para despertar conciencias convenientes en un mundo que convierte las luchas en fetiches comestibles del mercado, pero eso que se siga discutiendo en otro lado, hay para escoger diversos sitios, dependiendo de nuestras pasiones. Aquí no me interesa abordar un tema tan complejo en un texto tan trivial como este. Me interesan son las aristas del hecho alrededor de la fama y el abuso irreversible. Me interesan las didascalias de la tendencia. No se trata del crimen en sí sino del horror que lo rodea junto con sus trágicas consecuencias. La venganza de un público sin rostro que es solidario y cobarde a la vez. Mi padre me dijo que son en esos momentos horribles que se necesitan de los amigos. Al parecer el poeta no tenía tantos como en muchas oportunidades dentro de su fiesta literaria se veía. Las instituciones donde era una figura estelar, las primeras en picarle la torta con orgullo fueron las primeras en desentenderse del monstruo. Viéndolo con frialdad a nadie en verdad le importa el abuso. Este país tiene un desprecio profundo por las mujeres, por mucho que se esfuerza nunca logra ocultarlo. Somos el país de las mujeres hermosas, ¿saben?. Todas las posturas de ponerse del lado de la víctima fueron formas polite y oportunas para esquivar el golpe del martillo de lo políticamente correcto. El abuso fue el pretexto para escudar las imágenes rectas que se construyeron como instituciones que velan, claro está, por la cultura, en este caso la imagen conveniente que se hicieron de la cultura para esconderse detrás de ella, y además, por los derechos de la mujer que ahora nos importa más que nunca. Yo te creo. Es que nada estuvo bien. No conforme con todo el espectáculo hipócrita de la sociedad venezolana que vimos en el temperamento domesticable de las masas, donde un día te montan en un pedestal y al día siguiente te declaran la guerra, en medio de ese desastre vimos como dejaron morir al poeta, no digo que no se lo mereciera, el sujeto fue un sádico hasta para reconocer su error, pero al final qué cambió, nada, el tipo se mató, la tendencia terminó, se habló burdamente de la justicia y las “movilizaciones sociales” para desenmascarar a los abusadores, se olvidó el tema, el entretenimiento siguió, se multiplicaron los imbéciles y la vira del show se fue para otra parte, como siempre: a las piernas musculosas de los futbolistas, al seguimiento de las cirugías estéticas de alguna Kardashian, a los nuevos videos musicales donde muchas mujeres menean el culo y le venden sexo frito a tus hijos, recomendando en bonitas frases sencillas que salgas a culiar, a comprar la primera porquería que te ofrezcan, a ser feliz porque te lo mereces.

(Esa indiferencia pone en entredicho la condición real de la víctima y el victimario, sumado al precario rasgo introspectivo que tenemos como comunidad imaginaria, dentro de un mundo que se esmera todos los días por histerizar a las mujeres, que las maltrata simbólicamente en sus comerciales de detergentes, en coreografías de madres que limpian casas que no parecen suyas sin ayuda de nadie y parecen siempre complacidas de hacerlo, en ofertas que exigen entre sonrisas barbies a la feminidad una lucha desquiciada contra el tiempo, mujer que tiene que verse joven y bella siempre, la hipersexualización a la Disney nos sugiere en todo lo que hacemos que nos sintamos atraídos por las niñas, pero no debemos tocarlas, así de esquizofrénico es todo, una campaña de belleza es salud, removedores de manchas solares para tapar las arrugas, la vejez femenina es vergonzosa, fajas e implantes para moldear un cuerpo apto para la mirada masculina, esas mismas empresas que hablan del empoderamiento están más enfocadas en aumentar la venta de sus cosméticos que de la liberación real de la mujer, de legitimar en secuencias pegajosas de insecticidas y lavaplatos los estereotipos de hombres y mujeres idiotizados por la televisión y la educación tradicional cristiana, donde se le incita a la mujer que es preferible ser madre antes que estudiar, ser esposa antes que mujer, ser una cosa antes que una persona. Donde la mujer es un utensilio de primera necesidad en la vida de los hombres. Entonces el maltrato a los objetos está justificado, pues el sistema lo aprueba de manera descarada y cínica. La mujer es El gran otro. Me solidarizo con los movimientos feministas cuando tienen plena consciencia de la lucha diaria de un mundo hostil que busca acabar con cualquier forma de diferencia para imponer su diversidad de lo igual, bajo esas resistencias yo sí puedo creer, no cuando los argumentos provienen de actos revanchistas que buscan algún tipo de lucro vanidoso sin ninguna clase de conciencia histórica. Estas oraciones jamás se podrán leer bien).

…de mala gana los seres humanos pueden admitir que no saben, pero no que no entienden, eso los ofende. Toda esa atmósfera envilecida detonó otro fenómeno secundario. Como ya se dijo, en este país a nadie le interesa la mujer, ni le interesa la cultura, ni tampoco el arte, solo vivir de la apariencia de ese interés, que cuando es necesario se convierte en el oasis de cualquier forajido. Otro gesto que me llamó mucho la atención, siguiendo el hilo de ideas sobre los nuevos totalitarismos de lo políticamente correcto, fue la declaración de un gremio de autores que sostiene un monopolio (digamos diverso) del que-hacer poético venezolano de una parte de la industria. Cito: “Nuestro lugar está al lado de las víctimas. En este sentido, como organizaciones vinculadas a la promoción y difusión de la poesía y como co-organizadores del Concurso Nacional de Poesía Joven Rafael Cadenas, tomaremos en cuenta estos hechos y estableceremos una cláusula en las bases del Concurso que estipule, claramente, la imposibilidad de mantener premio alguno a próximos concursantes que incurran en estas acciones. De igual manera, consultaremos a nuestros abogados la posibilidad legal de retirar el premio a Willy McKey, ganador del mismo en su primera convocatoria”. ¿De verdad? Yo le quiero preguntar a usted, amable lector, si esto que acaba de leer no le parece un texto deprimente, ¿cuántas personas están detrás de esta redacción ministerial? En última instancia le recomendaría a estos poetas que vieran la película de Spielberg, Minority Report, quizá de ahí salgan algunas ideas para otorgar próximos fallos y prevenir algún desacierto de conducta humana que atente el prestigio del premio, porque es claro que es lo que único que les importa. ¿Cómo se le quita un premio a un suicida? Me imagino que en las siguientes reediciones del primer concurso, si la fuerza del mecenazgo y el amor por las letras lo permiten, se le pondrá un asterisco al lado del nombre del poema, como hacen en las estadísticas de los jugadores deportivos que batieron récords a punta de trampaesteroides, con un mensaje en letras cursivas que diga: estos versos fueron producidos por un violador, o en el caso más sensato quitar el poema y rodar los puestos: reescribir la historia, lo cual sería un forma justificada de ejercer la censura, que para unos casos es buena y para otros un mal menor fuera de discusión. Coincidimos: el comunicado es de una retórica revolucionaria insuperable. Simio no mata simio. Gracias nuevamente, Ministro.

…los contrastes mínimos me decepcionaron. Las mofas, testimonios de maltratos, la dictadura de las mayorías, el cáncer de las redes, las ofensas inflamables, el estado putrefacto de las instituciones educativas y culturales, y más al fondo, una demostración de la infelicidad inherente que conlleva escribir algo en este país de estrellas con poco brillo. Con este ejemplo se corroboró que la obra del agitador no fue lo suficientemente fuerte para defenderse sola, se hundió junto al peso de sus acciones, tal vez el gesto mismo nos pone a pensar si existió tal cosa que pueda ser tildada de fuerte, lo digo porque estas mismas personas que lo canonizaron ahora lo repudian, dejando bien claro que al siguiente poeta que gane y se porte mal se le quitará su plaquita de buena conducta. Aquí no se está hablando en ningún lado de calidad poética ni buena literatura, porque no importa mientras se sostenga como criterio la farsa de los modelos ejemplares. Un país así ni de vaina puede producir literatura seria. Es común que se busque castigar al autor desde su obra, humillarlo de alguna manera, olvidando que los grandes maestros que leemos y admiramos en algún momento de sus vidas fueron unos depravados por excelencia, claro que para este caso no podemos hacer comparaciones de ese tipo. No obstante destaco el caso de Willy como un hecho que reveló la ranciedad de nuestras industrias creativas, junto al retraso de nuestras legislaciones, desde los ejercicios masivos, posturas institucionales, atomismos mediáticos y debates ambiguos sobre la moral del intelectual venezolano. Un error basta para desmeritar una breve vida dedicada al esfuerzo de ordenar palabras. Vemos que tampoco la poesía nos importa, tema delicado cuando nuestra virtud como pueblo está en ser una factoría de poetas, cuando no estupristas, dictadores ni monjes capuchinos-cochinos. El poeta es la punta del iceberg, el chivo expiatorio de una cultura rupestre de la violación. Cada tantos eclipses se exige un sacrificio de sangre para mantener el status quo de la sociedad falocrática, muy orgullosa de su memoria de corto plazo: de su negligencia poética.

(Releyendo a José Ignacio Cabrujas en una cola para sacar plata pensaba sobre la fuerza relativa que da sentido a las industrias creativas de un lugar. Los pueblos que creen en sí mismos son capaces de leer entrelineas la condición de su tragedia y proponer soluciones mediadas por el arte, por la destreza de una sugerencia que logra hablar universalmente de lo particular, un estilo que unifique lo mejor de las tradiciones y proponga sucursales nuevas para repensarnos mejor. De lo contrario, todo pueblo que se regocija en su derrota solo estará limitado a reírse de sí mismo, a repetirse en su ignorancia contagiosa, convencido de ser algo que no es, ni llegará a serlo por falta de entrega en las pequeñas maniobras del día a día, todo por un afán de hacer tendencia, por tan solo un microsegundo de fama y atención, una mofa de su desgracia. Un arte irresponsable es aquel que retrata una caricatura de la realidad, porque la creación se concibe a la expectativa del espectáculo y no de la introspección, un tipo de arte tan ensimismado que el tiempo se encarga por sus medios colaterales de ubicarla en el olvido que se merece).

…el tercer y último acto fue la beatificación de Doctor José Gregorio Hernández. Un evento masivo donde las tensiones se concentraron en nuestra devoción por las figuras de acción. Nos olvidamos de lo que fue y lo que inevitablemente vendrá. Se leyeron discursos que hablaban de recuperar la esperanza, de retomar la fe, de aferrarnos a las oraciones, de buscar en dios y en la intervención del beato sanar los dolores del pueblo venezolano, transmitir nuestra experiencia al resto del mundo, suplicando que este nuevo ascenso empresarial concedido desde el vaticano de venerable a beato extienda las bendiciones a quienes más lo necesitan. Hay que sembrar valores ¿pero dónde encontrarlos?, ¿en la educación sentimental, en la poesía, en las violaciones, en la censura, en nuestros fracasos? Con un rosario de hechos juntos somos testigos privilegiados de la degradación sistemática de nuestra sociedad. Respiramos la espesura de estupidez impregnada en el espacio que nos tocó en conjunto padecer. Con esperanza me abrazo a mi agonía cristiana, sosteniendo la idea que Tomasi de Lampedusa dejó planteada en su hermosa novela El Gatopardo: todo cambiará para que siga siendo igual. «Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie. ¿Me explico?»

(José Gregorio Hernández, así como Roland Barthes, murió atropellado. Ambos son divinidades inmortalizadas, pues sus nombres se fundieron en sus obras).

…como devoto del Doctor puedo decir que somos un país más religioso que reflexivo. Basta que una imagen llore aceite para sentir que nuestras bendiciones fueron escuchadas y que nuestros pecados, mezclados con una especial doctrina de la especulación, han sido perdonados.

(May the 4th be with us).

Alexander JM Urrieta Solano

Misceláneas:

Las correcciones

Lo que nos queda

Taller de reparación IV

Tanizaki en Las Vegas

Alto Prado

Der Soul Prozess

Recientemente vi Soul con mis padres. En estos días salió un artículo por un medio español donde una señora comentaba que ahora Pixar está haciendo contenidos olvidando que sus películas también la están viendo niños. Contaba el caso particular de sus hijos, ella dice que no sabe cómo lidiar ante las preguntas ontológicas que formulan durante y después de cada película, y en particular esta última que trata el tema de la muerte, o en este caso la evasión de ella, de la mano de posibilidades cuánticas y una excelente exposición visual. Este artículo abrió el debate de lo correcto y las explicaciones de la crianza ideal, no sin mucho alboroto acerca de la existencia o no de un dios, cosa que a estas alturas, y para este texto breve, no me interesa abordar. Muchos de los comentarios eran acerca de la «inteligencia limitada» de los niños, y era cosa de esperarse que esto ponía al descubierto más la inteligencia de los propios padres: casos muy puntuales que daban mucho qué pensar, sobre todo cuando tienes que asimilar la cantidad de gente retrasada que toma la decisión de reproducirse para perpetuar la especie. Todo esto lo despertó una película clase A de casi hora y media. No sin contar a los eruditos del entretenimiento que tienen que hacer un comentario degradante de los productos que ellos mismos son incapaces de hacer. Basta una mínima complejidad para que muchos se sientan más inteligentes que otros para decir que una obra no es para todo el mundo; a esa gente hay que aprender a ubicarla para mandarla discretamente a la mierda. El texto de la señora sugiere una añoranza por las viejas historias de estereotipo gringo, que en sus tonos mágicos proponen perpetuar el sistema, o que se incentive al niño a que solo quiera el nuevo producto de plástico que viene en la promoción de la cajita feliz; se quiere eso de los niños, no que anden preguntado qué es una entidad cuántica. Ella deja muy claro que su mayor desconcierto fue terminar viendo algo que no era lo que estaba esperando ver. «A medida que avanzábamos en el complicado argumento de la película [¿Complicado? ¿De verdad?], me quedó claro que no me iba a encontrar con la película que pensaba». Esta me parece la idea central de su frustración, su insatisfacción como consumidora. Es entendible pero discutible. Era claro que al ser el «filme de jazz» de la compañía teníamos que esperar una trama de Jazz, obviamente, cosa que yo también presentía pero no asumía; da igual porque al final lo terminó siendo, en sus justas proporciones: las viejas chismosas costureras negras, la barbería con clientes negros, Nueva York multicultural pero para defectos enfocada en la comunidad negra… negros y más negros. Black lives matter, circunstancias del mercado, ya lo sabemos, pero esto no es lo relevante. Si quieres jazz busca algo en youtube, que los algoritmos te guíen. No conforme con eso a la articulista, aparte, le pareció admirable que los productores de la película «resistieran la tentación de darle a Joe una trama amorosa, por ejemplo, una de las muchas reglas de guión que se salta Soul» ¿Qué tiene eso de admirable? ¿De qué reglas está hablando? Creo que Begoña no entendió la película. Es evidente que hay una relación de amor sostenida en toda la trama: el amor por la música. A la sociedad del espectáculo (mitológica al fin) le parece reprochable un heroísmo sin propósito. Soul deja muy claro que no se necesita ninguno, ni siquiera para tener una segunda oportunidad en la tierra. Tal vez por eso ciertos espectadores le dieron más importancia a los detalles triviales de la trama, porque estaban esperando ver otra cosa, como no lo vieron se enfrascaron en el color de los personajes, en que no hay un tal dios al final del viaje, o que al final el héroe se quedara solo, que no le cuadraran una jeva, o un jevo por lo menos, como si la soledad fuese una cosa ofensiva. Estos son los detalles que relucen cuando el argumento de una obra no tiene fuerza o cuando las personas no prestan atención a lo que están viendo realmente, y concluyen que tal cosa no es un contenido apto para niños porque toca «temas profundos» ¿Pero esto tiene importancia? No. Hay un gato que habla, con eso basta, hay diálogos hermosos y ocurrentes, la animación y la banda sonora la parten bastante, Pixar siempre lo logra, aunque muchos adultos no lo entiendan. Cada vez pesa menos el criterio del consumidor insatisfecho (el hater-incel), siempre y cuando se cubra la demanda con el consumidor conformista, que no exige demasiado a la mirada. La articulista tal vez debería consultar la programación actual que se transmite a sus hijos en este mundo saturado de locura. Creo que ahora una audiencia que tiene acceso a series como The Amazing World of Gumball puede entender cualquier propuesta bizarra y bien presentada por las grandes cadenas de entretenimiento infantil. No veo qué tiene de malo decirle a la gente que algún día se va a morir, una razón válida para dedicarse de lleno a vivir sin condiciones ni pretensiones fundadas en el terror de que hay algo después de esto. Cruel es convencerse que al final todos iremos a un gran juicio extraordinario, un proceso kafkiano donde seremos pesados por un entidad suprema sin objeto, para luego ser condenados a pasar la eternidad en alguna parte, ¿Dónde? ¿Quién sabe? A un lugar donde vagaremos «como perros» celestes. [«No», dijo el sacerdote, «No hay que creer que todo sea verdad; hay que creer que todo es necesario». «Una opinión desoladora», dijo K. «La mentira se convierte en el orden universal»]. Soul me pareció buena, tiene un mensaje muy lindo: estar vivo es maravilloso. En particular me gusta como ilustra la depresión contemporánea, tema ya de salud pública y urgente, sin dejar de insinuarle a la gente que tiene que seguir consumiendo productos Disney. Después de todo la industria del ratón tiene la virtud de haber logrado infantilizar (a su modo) la mente de los adultos, en la medida que logró patentar, a costa de grandes inversiones y derechos, la imaginación total de Occidente.

Alexander JM Urrieta Solano

Leer y escribir en un país invisible

“Es difícil que una literatura importante se escriba y, aún más difícilmente se lea, en una sociedad sin madurez política, sin una práctica efectiva de su existencia. En ese tipo de sociedades, y la nuestra no es la única, es posible dejar pasar toda una vida sin conocer la pertinencia de la palabra propia. Al igual que con la comida y otros productos, la economía de importación resta posibilidades y acumulaciones, limita los números, los consumidores. Es esta otra pobreza: la de sólo estar en el mapa como un pedazo de tierra, como una dirección postal que despierta únicamente asociaciones geográficas. El restringido gran catálogo de la sociedad de consumo convierte casi todo en fiesta folklórica, en formas de desposesión. Tenemos cosas: los Burger King, los sistemas políticos, los ejércitos, las películas, los libros que desposeedores de la globalización hacen que estén en todas partes. La posmodernidad es un experimento en claustrofobia.

Eduardo Lalo – Donde

—Mira Bubú, están anunciando la FILVEN…

—Pero si en Venezuela no hay una feria internacional del libro. Eso no existe. En tal caso el nombre del evento está mal. En vez de FILVEN eso tiene que llamarse la FILChVEn: Feria internacional del libro Chavista de Venezuela. Las cosas como son. Ese nombre es una exageración literaria. Internacional los gatos que asumen las posturas revolucionarias, los que vienen a este Hotel con todo pago y les hacen el tour por el mausoleo y el cuartel de la montaña, esos invitados son lo más internacional que podemos tener; aquí nunca vamos a ver novedades ni editoriales transnacionales, sabes, esa experiencia orgiástica del mundo real, de ese mercado grosero del libro, donde hay más chance que los autores lleguen a los lectores que se merecen, ya sea por exceso de plástico o puro azar mercadotécnico, donde no hay bloqueos ni sanciones, donde no hay necesidad de consignas necrófilas, ni de poner televisores empotrados en los puestos con el canal oficial del Estado transmitiendo propaganda en mute; aquí nos sale la pura resistencia miope, la edición gratuita y panfletaria, porque no hay presupuesto para cuestiones opíparas. Aquí lo que da la talla son los libros de segunda mano, siempre (nojoda).

—El negocio del libro es muy parecido al de las hortalizas. Un buen editor sabe que los productos se encuentran en los grandes mercados.

—Bueno Máximo, al final tenemos derecho a nuestra propia versión de lo Internacional. Tú sabes que la revolución es siempre alternativa, siempre haciendo un spin off de lo incipiente.

—Nos podemos pasar por el forro la literatura, igual las altas gamas están convencidas que en este país la gente no lee, no necesita hacerlo. Nunca lo han hecho, aparentemente. Total, aquí la gobernanza cultural es administrada por un gremio de cafishios, esos que otorgan presupuestos a las iniciativas culturales pertinentes, a las afinidades selectivas de ciertas posturas ideológicas.

—Aquí no lavan ni prestan la batea. Hablar de lo politizada que está la vida es casi una obviedad.

—Primero la política, luego lo otro, si es que sigue importando.

—Este país está enfermo. La polarización es una unidad métrica infalible, una vara para medir toda circunstancia. En ella se mide el precio diario del pan, el infravalor del bolívar, la factura de los servicios, la servidumbre voluntaria, la colas de ministerios y bancos, las condiciones de los espacios, los monopolios de la memoria y también, ¿por qué no?, nuestras inclinaciones a ciertos autores y eventos, a una fascinación por cierto tipo de creatividad, una atracción fatal a ciertas formas de inteligencia. Un caso concreto son las ferias del libro, por no hablar de las tantas aristas culturales del país, precarizadas por la negligencia bola de nieve.

—Un verdadero librero en este país le sale un oficio ambulante.

—El Gobierno tiene su feria, sus productos, sus eventos y sus intelectuales; la oposición también tiene sus adláteres y su reinvención de estéticas, bajo las mismas lógicas, pero juegan a la irreverencia; es lo más justo, que cada quien tenga su idea de lo que es democracia. Si no tienes chance en la FILVEN tal vez puedas tener sitio en la FLOC, si no te agrada La Feria del libro de Caracas te vas a la Feria del libro de Chacao, en algún lugar hay sitio para venderse.

—Usted es Team Cerlarg o Team FCU. Imagina un simposio organizado por ambas instituciones. Un híbrido fabular que quiera vendernos la esperanza de posibles cohesiones a través de una congregación de cerebros que al menos pretenda haber aprendido a dialogar con los distinto.

—Unos hacen poesía revolucionaria, otros de la resistencia. Unos hablan de una ley contra el odio, otros de la violación de los derechos humanos. Hacen antologías poco memorables de su versión del país. Ambos sin mucha contemplación han aprendido a censurarse entre ellos mismos. Pues así funcionan las élites, por no decir ciertas mafias, que creen que la cultura es una maniobra de control, y en parte lo es. Cada uno tiene su tolete para la comodidad de sus consumidores polares.

—Las fiestas de la cultura son privadas. Cuando estás adentro es muy difícil que entiendas lo que ocurre afuera. Sucede que ahora muchos artistas afanados en un ejercicio de vanidad le dan más importancia a su imagen, descuidando terriblemente su obra. Ahora los versos para que tengan fuerza necesitan la compañía de un selfie, una historia de 24 horas ¿Eso es necesario?

—El narcisismo pone en evidencia toda falta de originalidad. Afortunadamente olvidamos con facilidad todo. Cosa horrenda es un artista narcisista al servicio de un régimen, porque obviamente no vas a morder nunca la mano de aquel que publica tus menudencias. No sé si sea por la polarización lo que propugne que se publique poesía tan mala, y de ambos lados, tal vez porque lo político, la rencilla y el oportunismo, antecede a los versos.

—Tantos libros que se publican solo para existir, de esos que no necesitan ser leídos.

—Hay que contar con cierto cinismo para moverse en ciertos medios.

—Si quieres anular la estima que tienes por cierto escritor síguelo en Twitter, para que veas que es otro pendejo, un cómplice más de la circunstancia; contrasta su obra con la insistencia que tiene de opinar en toda clase de tendencias (incluso en lo temas donde no tiene la menor idea de nada), a ver si altera la cifra personal de seguidores con alguna frase-cita precoz. Y más si se relacionan a la política. Y mucho más si se trata de la cultura, que cuando conviene le duele a todos.

—Pasa también con los autores que se dedican a hablar mal de un autor, o destruir un libro. Imagina qué fuerza hay que tener para dedicarse a concatenar ideas que no sirven para nada. Pero más si ese autor tiene inclinaciones opuestas.  

—¿Lo dices por el premio Rómulo Gallegos? Ayer me entusiasmó mucho que  compartieran el veredicto y el libro del premio de este año. No lo he leído todavía, pero vi varios hilos despotricando la novela en redes. Pero creo que va más por las inconformidades políticas, porque es un premio sucio que otorga un dinero sucio a obras que hablan de temas sucios que van en concordancia con el discurso sucio de un gobierno sucio, que además tiene una fama bien consolidada de jugar siempre sucio. Igual creo que la novela tiene que defenderse sola. Que el premio sea otro espacio para el chavisteo y que digan que se perdieron los valores, otra vez, es algo ajeno, pero en contraste con los demás premios que hemos mencionado acá, la diferencia es desde dónde se anuncia el premio y su contexto, que es caótico igual, y lo vemos por las reacciones tan agresivas. Un resentimiento de años, muy nocivo para la salud y el desarrollo de talentos.

—Los premios ya no importan. Ese en particular valió verga, se chavisteó. Los premios no hacen que un libro sea mejor. Aquí parece que les duele otra cosa, les duele el dinero, les duele en el fondo saber que no pueden ganar tal rubro simbólico porque no están las condiciones dadas para ganarlo. Sin embargo, «los grandes premios -digámoslo ya- están siempre dados, pero en jugar contra «dados marcados» consiste la pericia de un verdadero maestro». Y en este país desgraciadamente, aunque no se diga duro, no hay todavía ese tipo de maestro. Un maestro que logre captar lectores por encima de las preferencias religiosas y la ofensa. Un maestro total para buenos lectores, con tal destreza en su voz que sea capaz de cohesionar. Un maestro que se dedique tanto a su obra que los lectores se fulminen en ella. Un maestro apto para todo público, uno que logre ganarse el desprecio de los mediocrezuelos de ambos lados, caras de la misma moneda. O es que no entiendes Bubú, que somos un país marginal, varado creativamente, mientras en el mundo real circulan con arrogancia las historias a base de polietileno. Actualmente no hay algo que pueda decirse con propiedad literatura venezolana, hay literaturas pero de segundas divisiones, de riñas de gallo, que pasan muy desapercibidas. Es un tema poroso, me refiero que como tal no hay a una literatura mayúscula, comprometida consigo misma, que le brote la espuma entre las páginas, que despierte admiración y envidias a base del talento, no de la suerte ni la situación política. Hay de sobra, eso sí, obras ensimismadas, autores vanidosos, que a conciencia han reducido la industria creativa local a una disputica de junta de condominio. Y todo igual se mueve. Hay que estar atentos a los ninguneados. Ellos están por ahí, acumulando una rabia de años, un vómito verbal para desquitarse en el momento menos pensado. O tal vez no. No hay que armarse expectativas acerca de la obra que tampoco somos capaces de escribir.

—Se tiene que sopesar reconocimiento con calidad.  Llevar un seguimiento minucioso.

—Esto me recordó el lamentable caso del Bot Poeta venezolano galardonado. Eso fue un chiste cruel, tristecruel, porque de repente a todo el mundo le interesaba la poesía y la opinión pública en su taradez hablaba de los valores inmersos en ella, pero el interés por algo se confunde con la tendencia del momento, importa porque se habla de eso al momento. Al día siguiente había muerto todo. Es más, el 12 de octubre se hizo la entrega del dinero y la publicación del libro y no pasó nada. Luego salió una entrevista, que no sabemos si fue real, donde el Bot-Poet decía que había recibido bullying en Venezuela por parte de los poetas venezolanos… ¿Qué poetas?

—A nadie le importa la poesía, lo que indigna es la plata, esa forma infame de ganarse la vida escribiendo, duelen los 20 mil euros porque no son para uno. A la semana siguiente vino la redención. La España imperial compensaba esa amarga ironía otorgando el García Lorca a Yolanda Pantin, 20 mil euros igual. Si hacemos esa comparación resulta hasta más lamentable todavía. Todo el asunto de los premios. Desde allá se otorgan títulos sagrados para toda clase de textos. Así se calman a las masas virtuales de humillados y ofendidos. Cómo la sutileza de un premio le calla la boca a todos. El mercado ha cambiado las formas de leer. Con relación a los premios, he tenido que hacer el seguimiento comunicacional del premio Planeta 2020. Y no hay mucha diferencia, Planeta va siempre por lo seguro. Luego te basta con leer o escuchar las entrevistas tanto de la ganadora como de la finalista para perder todo interés en las obras. En este segmento literario no se habla de la obra como tal (eso en realidad no tiene ni la más mínima importancia), se habla es de cifras, de superventas, de followers y que las mujeres también pueden escribir, de estrellas televisivas que en su tiempo libre y en secreto hacen novelas de supuestos temas tabúes que nadie habla, de obras que igual no sabemos si son buenas, pero si que venden mucho. Aquí no hay censura pero si formas de edulcorar la realidad, solo tienes las referencias métricas, una numerología y algoritmos que te dan una idea del termómetro lector de España (y hasta del mundo hispanohablante en general).

—España es el Silicon Valley de la literatura, las reseñas de los libros parecen claramente payolas, si es como la música, todas dicen lo mismo, cifras, reseñas de contratapa, pero ahí medianamente ves las reseñas de los pequeños blogs, de los lectores que destruyen las obras porque no tienen nada que perder, pero que igual quedan sepultados por toda esta maquinaria de mercadeo. Desde España, y digamos desde sus grandes oficinas transatlánticas corporativas, se “crean” –hablando como un lector de Bourdieu– escritores y escrituras para el denso mercado de la lectura; en ese stock está aquel servicio apartado: los  “latinoamericanos”, una marca registrada aparte.

—Nuestra región es vulnerable a la dependencia, a cualquier estornudo geopolítico, a la asignación de prestigio literario. Nos quitan y ponen. Las literaturas latinoamericanas son organizadas y jerarquizadas de acuerdo con estándares estomacales que responden a las necesidades de una aceptación internacional, pero en base al filtro arbitrario de la industria cultural española, a sus dinámicas de consumo básicamente. Nosotros no estamos invitados a ese circo editorial. No hay promociones, no hay inversión porque el país tomó el libro para perpetuar su propaganda, haciendo que la producción de otros productos se cercene, se deprima, por eso deliramos cuando alguien fija la lupa en nuestro territorio. Da igual si es un artista creado por los algoritmos o un artista que ha dedicado toda su vida al cuidado de las palabras.

—Aquí la región la tiene ruda. Hay una industria fragmentada en un duelo a muerte por la circulación. Están las editoriales independientes que se mueven en una lógica de emprendimiento duro, frente a esas grandes maquinarias editoriales que apuestan por la circulación transnacional del libro, inyectando ejemplares al mayor en franquicias y redes. Se rinde cuenta a los horizontes externos. Pasa que para ser leído en tu país tienes que hacer tu nombre en otro lado, volverte una marca de importación, junto a las aceitunas y el cacao para hacer chocolates ferrero. Entonces las pequeñas casas tienen que hacerse una peña entre ellos, hacerse notar ante las grandes agencias que imponen sus cánones, una hegemonía de la lectura.

—Pero hablar de Venezuela es un caso aparte, un paréntesis. Aquí no hay industria, ni franquicia, y los autores parece que se han desentendido de los lectores. Cuesta llegar a ellos, ¿pero acaso ellos logran acercarse? Se depende del Estado, que lleva sin asco un autoritarismo de la cultura que vuelve mierda todo lo que toca. Aliarse al Estado es condenarse al olvido, a que solo te lean los amigos; eso no es mercado, es solidaridad, y la revolución abusa mucho de esa palabra.

—Entonces piensan que lo gratuito a pérdida hace lectores. Entonces piensan que un eslogan como #LeerDesbloquea es una buena idea publicitaria. Entonces el género totalitario es una tendencia de las circunstancias. Entonces la literatura de diáspora es un género de moda superficial porque parece que no se puede vender otra cosa. Este último junto con la poesía motivacional de café y lluvia son géneros aburridos y de mal gusto.

—Para ser una verdadera molestia tendrías que ganar tanto el Gallegos como el Transgenérico. Tiene que ser una promesa, una criatura sumamente enferma y concentrada en la construcción.

—Pero eso ahorita lo veo muy difícil. Primero hay que sobresalir. Entregarse a una gimnasia de la ingratitud. Esos son los escenarios disponibles dentro de un totalitarismo corporativo: un país embrutecido por la política.

—Mucha atención estanca y atrofia la creación.

—Hay que recibir al fracaso con los brazos abiertos.

—Habría que reflexionar con mayor tacto acerca de nuestros problemas de manera introspectiva y crítica, sin caer en fanatismos, tan comunes en esta era de tribalismos, donde nos sentimos muy cómodos opinando en espacios donde se piensa igual y las ideas se vuelven más radicales y homogéneas, ignorando las virtudes del diálogo (que solo es posible con el otro) en medio de tantas incertidumbres y crisis. En Venezuela planificamos un porvenir que con dificultad apenas logramos descifrar: salir del subdesarrollo, estabilizar nuestras economías, superar las corrupciones institucionales y construir democracias más sólidas; todas parecen decantar en quimeras que alimentan una nostalgia que obstruye otras formas de contemplar horizontes más lúcidos. ¿Desde cuántas lecturas intercaladas podríamos sacar soluciones más acordes a nuestros contextos y problemas nacionales? ¿Cómo aprendemos a leer desde una mirada más atenta y respetuosa hacia lo desconocido? ¿Cómo recuperamos el sentido cohesionador que tiene la lectura, y que nos brinde la posibilidad de afrontar la realidad y luchar para poder cambiarla?

—Me parece que como la política implica que todos te quieran entonces se puede prescindir del compromiso. Se escribe para llamar la atención, para que te quieran, que reaccionen pero que se limiten a comentar la entradas, por eso hay autores tan irresponsables, por eso abunda la producción de contenidos incesante que no llegan a ninguna parte. Hay una nueva literatura que está saliendo de aquellos que están ladillados del secuestro del país, esa por supuesto es una expresión ninguneada, raya en la mofa del espectáculo, y ese tipo de expresión es tal vez por lo que vale la pena apostar. No sé.

— ¿Apostar por otras formas de lucro?

—Claro. Escribir es un ejercicio de prostitución. Es una actividad voluntaria y muy mal vista, si te pones a escribir sobre lo que piensas realmente. Cuando se hace al margen, o al otro lado como tú mencionas, es una maniobra de libertad. Pero si lo quieres hacer desde la institución literaria es una impostura, tus palabras rebotan como en un juego de squash. Alguien se ofende. Caes mal porque tienes el alcance para hacerlo, sabiendo que en tus palabras puedes plomear tanto a ladrones como gente inocente. Pero si te pones a pensar en lo colateral de las palabras, es mejor no escribir nada y hacer memes. Es más rentable a nivel simbólico, porque no hay esfuerzo mayor que comprometa las partes. Aquello que no implique mayor esfuerzo no molesta a nadie. Por algo escribir sobre el desarraigo y la crisis del país resulta hasta un ejercicio cómodo, porque se produce en función de lo que la gente quiere leer, quieren sentirse representados en la miseria del texto. Una literatura complaciente solo tiene un destino a largo plazo: el olvido.

—El mejor superpoder que tiene un escritor periférico es su invisibilidad, su insignificancia. Y este País Hotel, así nos parezca irrisorio, es una mina de coltán.

—Hay que tener paciencia: enferma disciplina.

—Hay que entregarse a la limpieza dedicada de la baldosita. Piezas únicas. Like Zima Blue.

***

Alexander JM Urrieta Solano

Sobre lectores y escritores flojos

Cuando regreso a la hoja lo hago con la insistencia que exige la misma disciplina. En repetidas ocasiones he hablado del blog como un ejercicio de taller, de carácter lúdico y hasta incluso vanidoso. Se escribe con la finalidad de enganchar lectores y las ideas se comparten para desprendernos de ellas, y que alcancen tal vez velocidades altas mientras transitan de forma improbable por el hiperespacio. La publicación esporádica la veo como una actividad ingrata pero necesaria para mis experimentos, donde me someto a las más duras evaluaciones, como el escarnio de la indiferencia que impone la misma velocidad; las pruebas de voz son duras porque son gratuitas, motivadas por el impulso y esas ganas de decir algo, de gritar cada cierto tiempo, lo cual cada vez me resulta más difícil.

Me toma cada vez más tiempo desarrollar una idea, dudoso de que suene igual que la vez anterior.  Sé que se trata de una exageración, pues nunca se vuelve a decir lo mismo, al menos con las mismas palabras no. Siempre uno vive con sus inseguridades, con esa traba de no saber qué oración poner después de la otra y que a su vez no genere ningún tipo de confusión. Doy vueltas en las mismas obsesiones. Tengo esa inquietud por la tonalidad y dirección que van tomando los textos. El problema es siempre la forma, la exposición del asunto.

Tengo un colega que le mando mis escritos cuyas opiniones nunca recibo, pero él siempre me exige una respuesta inmediata cuando me manda los suyos, de una forma sutil, casi infantil porque quiere dar la idea de que escribir para él no tiene la mayor importancia, pero espera una observación puntual de mi parte. Yo también espero algo de él, pero su silencio es una respuesta suficiente, que admito me produce conflictos momentáneos. Yo no le reprocho nada, porque cada texto que recibo de cualquier parte lo reviso como si se tratara de un gran esfuerzo ajeno, que tengo que revisar con pinza y paciencia, porque por igual pide que se le señalen las costuras, (es la primera vez que asumo la lectura como un trabajo); yo también espero lo mismo, pero he aprendido con el tiempo que no puedes obligar a los demás a leer tus menudencias y que luego te den una opinión sensata. No se le puede pedir eso a nadie, y mucho menos a los amigos, que a veces no son los mejores lectores.

La amistad compromete de cierta forma y se puede perder la claridad de lo que se tiene que hallar al leer. Hay que ser un gran amigo para tener el valor de decirle al otro que sus textos son una mierda, de lo contrario, si se trata de alguien bueno, motivarlo de manera tal que no sienta que está por las nubes, que tiene algo, pero que todavía no es nada, que puede ir mejorando poco a poco, incitarlo a que se concentre más en las palabras, en la investigación sistemática para el perfeccionamiento de ellas, de su posicionamiento a la hora de ordenar las ideas, y ser capaz de expresarse con mayor claridad. Es un tema de equilibrio. Pero igual no podemos encomendar todos los criterios a las amistades.

Los motivos están en los grandes públicos. Lo ideal es lanzar nuestras entradas al oscuro lago de los cocodrilos y renacuajos, donde los extraños descuartizan sin asco o aplauden exageradamente. En cualquiera de los casos, siempre habrá formas civilizadas para decirle a un escritor que siga entreteniendo con sus invenciones, o que se calle la boca, que es lo que sucede mayormente. De cualquiera de las dos formas se puede evidenciar un talento construido con esfuerzo de algunos, o a veces la suerte de ciertos oportunistas. Ambas válidas, pero una prevalece sobre la otra. Eso lo decidirán los lectores. La actividad discursiva es un terreno de competencias deportivas. Se trata de un medio repleto de envidias silenciosas, de atletas fracasados y criaturas solitarias, pero sobre todo de buenos y malos lectores. Es un tema azaroso, y de aniquilación sistemática del ego, porque caemos en cuenta, en esta arena de vanidades, que somos cualquier vaina.

De mi colega siempre he pensado que escribe bien, pero carece de estilo, desprecia las críticas, entregándose a la frivolidad de una musa espontánea, que no es más que la excusa de la flojera. Y lo que es más lamentable, se siente satisfecho con lo que escribe. Tal vez por eso lo envidio, o lo que realmente siento es decepción, porque está convencido de su mínima proeza. Si encuentra plenitud en lo que hace entonces qué sugerencias puedo darle. Por otra parte también he pensado que mis sugerencias tampoco tienen por qué ser importantes. Es muy fácil escribir mal. Un texto deficiente en principio es un texto de pocas lecturas. Lo digo desde mi breve experiencia, que se evidencia en cada texto que voy dejando atrás, en las torpes maneras que busco darme a entender.

Puede que el pequeño conflicto con mi colega no sé trate de la falta de fuerza que percibo en lo que hace, sino en la insatisfacción que encuentro siempre en cada cosa que hago por mi parte. La otra cosa tal vez sea que yo no sea el mejor crítico. Tampoco el mejor lector. Tras varios experimentos caí en cuenta que en realidad yo no sabía leer. Que tenía años pretendiendo hacer algo por inercia. Sucede cuando vuelves a releer un texto que las palabras tienen otro significado. La primera pasada a veces es rápida y muy violenta. Con esa actitud devoradora nos tragamos libros de la misma manera, pero hay que preguntarse qué logramos retener de esos libros, si al final logramos interiorizar algo. La relectura entonces se trata de un proceso digestivo más lento, donde se comprueba que evidentemente la primera vez no entendimos nada. Entonces se digiere el texto y absorbes de otra manera las propiedades vitales y proteicas de otros. La mayoría de las críticas son malas porque se hacen desde una primera lectura apresurada, obviando los detalles vitales que le dan sentido a la creación que pasan desapercibidos. Por eso el trabajo de un corrector es sumamente difícil.

Muchas de nuestras críticas están sustentadas en primeras lecturas, y quizá por eso somos mediocres a la hora de argumentar. Claro que estamos hablando exclusivamente del acto de la lectura. No pretendo dar la impresión de extrapolar este acto a cosas de otra índole, como algo que trasciende y atraviesa nuestra cotidianidad (aunque bien podría hacerlo). Nada de eso. Si asumimos que hemos leído mal ¿entonces dónde radica el problema? ¿En el autor que no sabe transmitir lo que piensa? ¿En el lector ingenuo? ¿Una falla mutua derivada de la misma tramoya y la imposibilidad de comunicarnos con plenitud? ¿Podemos mantener el principio de que malos lectores producen malos escritores, y que este mismo principio puede darse a la inversa? Me parece un tema muy delicado. Encasillar es una forma sencilla de justificar todo, pero se trata de algo mucho más complejo.

Poniendo de lado la actividad de la escritura, uno se podría hacer una pregunta de manera personal: ¿seré acaso un buen lector? La verdad no hay forma de determinar esta pregunta, no sabemos si realmente podamos darle una respuesta. Podríamos jactarnos de las cosas que hemos tenido la oportunidad de leer, lo cual puede estar desprovisto del hecho de haber realizado lecturas buenas o malas, cuando lo que cuenta al final es el disfrute de la lectura. Queda siempre algo en el fondo, leer es una actividad íntima. Queda sólo seleccionar eso que nos atraiga, y velar que sea siempre lo mejor. En ese sentido opino que no hay que perder el tiempo en cosas que no nos interesan.

La lectura está ligada a los gustos personales, y estos gustos no están sujetos a ningún tipo de reglas. Harold Bloom en un texto titulado el Canon Occidental, en la parte final anexa una lista de autores mayores con títulos de libros separados por distintas eras y en función de su procedencia y la magnitud y relevancia de cada obra. Sobre la lectura y las sugerencias que plantea dice: “Es improbable que el lector corriente tenga tiempo de leerlos a todos. No hay una relación constante entre la comprensión, la velocidad y el placer de leer. A medida que la historia se prolonga el canon se expande. Cuesta entonces determinar qué es lo que realmente tenemos que leer, aunque es realidad eso no es problema de nadie”.

Alexander JM Urrieta Solano

 

Addenda para fin de país

Querido lector:
Un gran escritor es el amigo y benefactor de sus lectores.

Macaulay

La conjura de los necios – John Kennedy Toole.

 

Lo ideal es compartir el texto y dejarlo morir ante lo incierto del público. En la inmensidad de la información siempre estará seguro para bien o para mal. Soy promotor de la idea de que todos los conocidos que escriben algo deben ser leídos por todos. Sus ideas son urgentes, así me parezcan dispares o poco elocuentes, ameritan siempre su debida atención. Apoyar a tus semejantes es una forma de sembrar entusiasmo. Creo en las virtudes de la difusión, porque siento que es una forma de alentar a mis amistades a seguir trabajando en un oficio tan difícil como el de escribir.

No todos nacemos para esto. Pero eso no implica que se deba dejar de lado tal ejercicio del cuerpo. Admito que no puedo soslayar mis dudas ni tampoco mis inseguridades, por estas mismas razones lo sigo intentando, de una manera casi forzosa e incluso hasta ingrata. Total, a mi nadie me dijo que yo era bueno para esto. Por otra parte, he aprendido con el tiempo que no se puede esperar opiniones sinceras de otros escritores. Siempre está una envidia, una lástima, un desprecio de por medio, ya sea porque uno no lo hace bien o lo hace extremadamente bien; en este caso existe una admiración clandestina, que se resguarda en el balbuceo y las críticas plásticas, que al final nunca son del todo reales porque son más reservadas que puntuales. Uno lo siente, y lo sabe porque en más de una ocasión lo ha hecho. De cualquier forma, las dos son lamentables.

Es triste sentir que se escribe mediocremente, y que de igual forma amistades te compartan como parte de un protocolo liberador. Pero es mucho más triste, sentir que se logra decir algo por un instante, compartirlo con alguien a la espera de una opinión y no recibir nada. Entonces no se sabe si lo escrito está bueno o no sirve. El silencio es una forma versátil de juzgar. Me ha sorprendido que las opiniones que he recibido de mis escritos han venido de los lugares menos esperados, cosa distinta a los lugares donde mi obviedad termina en una especie de sala de espera, que tiene la peculiaridad de no poder ser reprochable, porque nadie está obligado a leer nuestras petulancias, ni tampoco a emitir opiniones acerca de ellas; esto igual no quita la necesidad de buscar sugerencias.

Comprendí luego de tantos textos que pasan sin pena ni gloria que escribir es un oficio donde no existen los amigos. Es una actividad solitaria, profundamente íntima y personal. En el caso más estricto, disciplinaria y enervante. La prioridad mayor aquí es el lector, y ese lector puede ser de cualquier parte. Me gusta pensar que la gente que más me detesta es la que más me lee. Anónimos enemigos que desprecian en secreto. Conocidos silenciosos, de esos que te saludan pero nunca comentan nada de lo que haces. Esas personas detestables tienen que ser la prioridad junto con aquellos lectores pacientes y potenciales, aquellos que uno con desespero trata de atraer como un imán a nuestra mirada.

Para saber quiénes son buenos escritores hay que tener precisado a todos esos que consideramos pésimos, pues hay que tener referentes de lo que debemos evitar ser; del otro lado tener presente a los grandes maestros, que debemos plagiar hasta el cansancio con la mayor rigurosidad posible. Esto que digo no es ninguna novedad, está escrito en la Biblia, unos de los libros más importantes de la Western Culture Inc.

En el Evangelio de San Lucas, capítulo VI, versículo 40, este dice: El discípulo no es sobre su maestro, mas cualquiera que fuera como el maestro será perfecto. Esto es palabra de Dios. Te alabamos escritor.

Es sabroso hablar mal de los demás. Para mi un mal escritor es aquel que no logra darse a entender. Digo esto no por otros, sino más que todo por mí; admito que me cuesta mucho darme a entender, a veces ni yo mismo sé lo que estoy diciendo. Pero nunca está de más intentarlo. Puedo aceptar que para algunos lectores exigentes yo forme parte de esa calaña de escribidores rancios. Es muy probable que lo sea; prefiero no discutir eso con nadie, tengo todas las de perder. El lector siempre tendrá la razón, así no la tenga; es lo justo, todos cometemos errores alguna vez y a cada rato. Mis palabras no pueden saciar todas las lenguas. La verdad, es muy difícil saber si las palabras de uno logran satisfacer los apetitos de algún lector.

¡Qué cosa tan delicada es el lector! Un mal escritor no piensa en estas cosas porque está tan enfocado en sí mismo, que sólo escribe para su propia vanidad y es evidente cuando se expone a los demás, carece de voz propia y sentido del estilo. Son de esas estirpes que le dan más peso a la bajada de una musa que al esfuerzo cotidiano. Son terribles lectores, eso queda más que claro. Conozco muchos contemporáneos que se empluman porque han publicado libros, los invitan a foros, son licenciados y compartidos en prestigiosos medios, pero hay un detalle mínimo, muy puntual e insignificante: no saben todavía cómo llegarle a la gente. Publicar no garantiza ser leído, y mucho menos ser entendido.

Existen tantas ventajas para pasar desapercibido. Mientras un texto no sea leído no presentará ningún problema. En estos niveles desconcertantes de fluyo de información es mejor ir por lo seguro, descartar todas las propuestas posibles, inclinarse a las recomendaciones de viejos amigos y entidades sagradas. Todavía necesitamos del respaldo de los ancianos, las celebridades que todavía les cuesta mucho usar las redes sociales, desconocidos por los nuevos lectores adictos a las pantallas.

Me he encontrado con gente que me pregunta por qué insisto en escribir y compartir ideas ante públicos grandes donde son pocos los que se toman la molestia de leer. Para mí es lo mismo que tomarme fotos desnudo, compartir cualquier registro escandaloso de mi vida; el detalle está que esta desnudez, a diferencia de un selfie instantáneo, es que no pretendo retratar una felicidad, me resulta imposible, sería hipócrita de mi parte. Me repugna esa gente que trata de aparentar una vida que no tiene, o al contrario, quizá sea esa la vida que desea: una vida estática, frívola y banal, de esas que tanto patentan los falsos sueños de la televisión basura. No veo la diferencia entre mis escritos y un video itinerante de perros. Mis publicaciones también son un reflejo falso, tan falso y semejante al de cualquiera. Lo curioso es que tal vez al creer que todo entra en el mismo saco no provoque cierta empatía. Pero esta es la virtud de la revolución horizontal. Aquí todos somos iguales.

Consumimos lo que nos conviene. A mí particularmente me gustan los cuerpos, la figura humana siempre (y más después de la pubertad) me ha provocado intrigas y constantes disputas internas. Lo que no pertenece a uno resulta siempre un plato tentador. Digo estas cosas con la propiedad de un antropófago.

La velocidad virtual abre paso a la imposibilidad y la frustración. Deseos de tragarse el mundo desde un encierro. No tenemos de otra, ante tanta calamidad lo mejor es morbosear en silencio. Devorarse a los otros calladamente. Leer a una distancia prudencial. Toda publicación es una exaltación al ego. Un corpúsculo para el alivio de nuestra atención sin importancia. Nada más. Una búsqueda desesperada de un atento lector, que luego de haber sido amable y haber dado tantas vueltas en un mismo sitio no termine, en un ajuste de cuentas repentino, decepcionado con nosotros.

Alexander JM Urrieta Solano.

 

 

Un relato polar para Vero y Alejo

Zeta vivía en Altamira. Salí de clase y me animé a visitarla. En un clima de coyuntura, ya montado en el vagón de Plaza Venezuela anunciaron que las estaciones Chacaíto-Chacao-y-Altamira no estaban prestando servició comercial. Terminé bajándome en la estación Miranda y caminé hasta el Centro Plaza. Me encontré con Zeta y luego de divagar sobre lo que íbamos a hacer decidimos matar el tiempo en la Plaza de los Palos Grandes, a pocas cuadras de ahí.

Quise visitar la biblioteca pública de la plaza por primera vez. Al llegar a la entrada vimos que estaba cerrada, entonces decidimos sentarnos en uno de los banquitos que estaban en un segundo nivel de la plaza, donde se podía tener una vista panorámica de ella. Se veía la transversal congestionada por el transporte público y los carros desviados por causa de avenida principal Francisco de Miranda cerrada; la gente tomando café y comiendo torta en el cafetín de la plaza; las colas de la cajas del Excelsior Gama como cualquier día de la semana; transeúntes tirados en las grandes cuadrículas del centro de la plaza conversando y paseando a sus perros. Una lógica donde la rimbombante crisis del país parecía inexistente.

Y aquí comienza nuestra exposición de la infamia. Porque aquí nadie merece el aplauso de nadie. Al menos de los radicales y poseídos que nos han llevado hasta donde estamos, y que han servido de referencia para manifestar estas inquietudes que escribo sin que me quede ningún tipo de remordimiento. Palabras que al final terminan siendo insignificantes. De antemano le aclaro al lector, que no pretendo menospreciar las movilizaciones de la oposición ni la indignación general que impulsa a muchos a protestar por razones más que justificadas; sin embargo, el no estar a favor del gobierno no significa que voy a hacerme la vista gorda del parasitismo y las mentiras construidas de forma inevitable desde que el país se acostumbró a vivir de la polarización, que porque estamos del «lado correcto de la historia» (supuestamente), podemos jactarnos que estamos desprovistos de pobres diablos que sin contemplación, o malvada complicidad, sacan provecho de toda esta situación que vivimos. Nadie se salva, porque el tablero actual no se puede dividir en buenos y malos, sino entre malos y nefastos: bellacos y ladrones…y en un pedazo de cielo triste, los pendejos y soñadores.

En medio de la calle, había tres muchachos pidiendo dinero entre el avance lento de los carros, cada uno con un respectivo pote de salsa tamaño industrial, recolectando fondos para la Resistencia. Con sus franelas de: «Pueblo arrecho hijos de Bolívar», sin contar claro, las tantas franelas con el estampado de la vestimenta de los militares de la independencia: las pavosas franelitas de Yo soy libertador esparcidas y llevadas con orgullo por el municipio opositor; pero esto es una opinión personal, que cada quién se ponga el andrajo que mejor lo haga sentir. Cada quien en sus convicciones defiende una causa común, pero al final prevalece la convicción personal. Y aquí, en el alboroto de las masas, muchos la pierden, o quizá no la han encontrado todavía.

Vimos que en la plaza se había acercado una señora muy delgada en un estado tétrico de mendicidad, con un frasco en la mano iba pidiendo dinero para comprar comida porque tenía hambre. Y entonces de repente apareció uno de los vigilantes de la plaza diciéndole: «Aquí no se puede pedir dinero», y la echó de ahí. Qué bolas tiene esta gente, pensé en voz alta, ¿estás viendo eso Zeta? ¿Alguien comprende esta ironía de la realidad país? …y comenzó a florecer dentro de mí el infinito desprecio. Quise gritar desde las alturas: ¿por qué entonces esos mocosos si podían pedir dinero ante la vista altanera de todos? ¡Hipócritas!

Todos los animales son iguales pero unos son más iguales que otros, ¿cierto? La prioridad libertaria y el cinismo pueden pasarse por encima las verdaderas necesidades, a nadie le importan los pobres, son sucios, invisibles ante causas más importantes, y una verdadera molestia para aquellos que van a disfrutar de los espacios de la Plaza de los Palos Grandes… y todo esto ante la mirada indiferente de todos, un episodio breve que como empezó, terminó en un instante.

Mientras tanto, el grupito de la resistencia subía al segundo nivel con los potes de salsa llenos de billetes. Se pusieron en un rincón a contar el botín. Luego vi que uno de los muchachos ya con el pote vacío, lo escondió detrás de unos arbustos y cartones justo detrás del banquito donde estábamos Zeta y yo. No podía evitar expresar mi asco entre dientes. Se sentó en el banco vecino, y vimos que la chica que estaba sola desde hace rato, y que había escuchado desde llegamos al banquito todas nuestras imprecaciones, era su pareja de lucha. Me sentí alarmado, y preparándome ante cualquier ataque porque no podía esperar menos de gente tan desagradable y falsa, pero ellos ante el escándalo del dinero nos ignoraron. El muchacho con su faja de billetes, iba contando y de tantos cientos se iba metiendo billetes de quinientos de los nuevos en su bolsillo. Supongo que los héroes que viven de la necesidad y los sentires de otros, pueden darse el lujo de cobrar su arduo trabajo de pedigüeños.

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El lucro justificable de héroes que luchan por la libertad; así los pintan los medios petulantes, los intelectuales polarizados que ante tanta idolatría, pueden descartar (en su inocencia) que tras bastidores, pueden ser (así como los esbirros del régimen) tremendas porquerías generacionales. Los vigilantes de la Plaza de los Palos grandes, trabajan en complicidad con los emisarios de la causa haciendo la vista gorda, pues estos niños eran todo menos mendigos. Se llegaron todos al banquito vecino y vi sus aspectos, sus gestos y el dinero sucio entre sus manos, y entendí que esos carajos no vivían tan mal después de todo ¿A dónde se iba todo ese dinero? En mitad de una molestia, le propuse a Zeta acercarnos a Plaza Altamira, porque quería comprobar con mis propios ojos qué era lo que estaba ocurriendo allí, y conocer a los famosos seres que se hacían llamar los Escuderos. Bajando a la avenida por una de las transversales, veíamos un río de gente caminado en dirección este, buscando la entrada de la estación Miranda que era la próxima que estaba abierta. Yendo en dirección contraria, Zeta y yo llegamos a Plaza Altamira.

No sólo me impactó la tolerancia impuesta a todos los habitantes de Altamira, sino la decisión permisiva y alcahueta del alcalde, que bajo cordones amarillos y el resguardo de la policía de Chacao, habían establecido los límites del patio de recreo de los escuderos, porque eso no podía definirse como otra cosa: un patio dantesco, donde la juventud y la mediocridad jugaban juntos a la Resistencia. Asumiendo su rol belicoso, de mucha televisión, videojuegos y arrechera, respaldado por esas voces que inflaban esas ínfulas guerreras, con el calificativo de héroes y promotores de la libertad.

Quise darle la vuelta completa a la plaza para sentir la energía del deterioro del país, comprobar a flor de piel los verdaderos logros de la Revolución, el despilfarro de tantas vidas, embrutecidas por estas ganas de matarse y vivir la experiencia de estar frente al otro y destrozarlo sin contemplación. La Plaza Altamira se había vuelto un escenario que rayaba en la marginalidad y el oprobio. Pilas de botellas convertidas en bombas, potes de aceite de carro, bancos destrozados, placas robadas, los espacios rayados con mensajes claros para evidenciar el vandalismo y la imbecilidad: Caracas Loca era el grafiti que definía todo este campamento improvisado. Lo curioso, destacaba Zeta, era que las flores de la plaza estaban intactas, pues los cruzados no podían hacer nada con ellas.

A orillas del obelisco, los héroes fumaban mariguana y bebían caña. Todos en medio del éxtasis fraternal hablaban de adrenalina y acción, cobardía como señal de burla, y esa bravuconería que nos define como venezolanos resteados, que se sienten los seres más lacras del universo. Diversión sólo para criaturas recias y valientes, que convivían y aceptaban sus posturas medievales, en un ambiente donde todo se toleraba porque todos pensaban igual. Creo que lo único que podía parecerse a la gesta independentista de la que tanto se llenan la boca nuestros políticos, era la supremacía del garrote y el bochinche, la improvisación y el vandalismo maquillado por aquellos que veían esto como lo más hermoso del mundo. Una señora, asumiendo su rol de profeta Isaías: «voz que grita en el desierto», con un afiche del Sagrado Corazón de Jesús en una mano, y la bandera de Primero Justicia en la otra, golpeaba el suelo con su asta y vociferaba: “Dios mío queremos Paz. Paz… señor, protégenos del mal”. Unos guarimberos tirados en una loma la mandaban a callar. Cada loco en su rol fino dentro de la parodia. Todos encolerizados por los poderosos. El fin justifica los medios. Tenía que vivirlo para sentirlo y contarlo.

Como una esponja absorbía las energías de aquel ambiente desquiciado. Y entonces caminando con Zeta sentimos el roce de un carajo que al pasarnos por el lado, estaba sin camisa y en su mano ensangrentada llevaba un martillo. En mitad de nuestro circuito, veíamos el circo de atrocidades con otros ojos, y entonces sentí miedo, mucho miedo, porque sabía que tampoco pertenecía allí, y por un momento sentí que tal temor me delataría entre tantos seres poseídos por un extraño sentir. Temí por mi vida y la de Zeta. Veía carajos con fajas de billetes en mano, con equipos de protección desde el más rudimentario hasta el más estrambótico y costoso. Entre tanta agitación, una náusea me hizo perder los estribos, y el dolor en el pecho era síntoma de una rabia que no podía controlar. Temía por mi vida, porque no apoyaba nada de lo que estaba viendo, sentí pena y asco por todos los presentes. Y entre mí decía: sigan revolcándose en su propia mierda, hijos de libertadores. ¿Estudiantes? Había de todo menos eso. Mercenarios y faranduleros, bestias amaestradas que dudo que tuviesen algo en los sesos, más que el odio de tanto años, privados de ver el mundo de una forma distinta, sin oportunidades de conocer nada nuevo. Sentí lástima por todo. Padre, no nos perdones, porque sí sabemos lo que hacemos, pensé. El legado de los milicos logró esparcir su podredumbre en toda una generación completa, con un éxito irrefutable. Gracias políticos, por condenar a todo un país al abismo. Quiero que esto sea una memoria de un venezolano en decadencia. No pretendo que tanta gente comparta este sentir trágico conmigo. Ese es mi problema.

Vi que se acumulaba una turba en mitad de la avenida, y al divisar al horizonte en dirección oeste donde corrían todos, sólo pude divisar la delgada línea amarilla que marcaba el límite del patio y la cola de carros acumulados moviéndose al son de los pitos y el desvío. No vi presencia de Guardias Nacionales ni de Policías Bolivarianos, ni tanquetas ni ballenas. Veía a lo lejos la horda de guarimberos corriendo pero yendo a ninguna parte. Entonces comprendí que estaba presenciando un ensayo de la montonera, mientras otros los grababan y tomaban fotos. No entendía nada de lo que estaba ocurriendo. Los locales alrededor estaban abiertos y los empleados los miraban como parte de una costumbre tenaz, pues me imagino que cuando se ladillan los libertadores, estos se meten en los locales a consumir. No encontraba sentido en nada. Era todo tan falso y ridículo. Estaban los espectadores restantes de la marcha que había culminado horas antes; voyeristas, padres y representantes, fanáticos cristianos con sus creativos letreros de Dios está con nosotros: Dios nos protege: Dios cubre con su manto a este bravo pueblo… Un contraste poético con los escudos improvisados con estampados de cruces y respectivos insultos al régimen, que calaban en lo que para muchos era una cruzada contemporánea: una guerra santa justificada y bien financiada. Que no te incomoden estas palabras lector. Yo sólo escribo lo que vi. Mis palabras se quedaron cortas ante tanto paroxismo de idiotez.

Luego de dar la vuelta completa a la plaza nos regresamos por donde vinimos. Llegamos al Centro Plaza, y alterado le propuse a Zeta entrar a una librería del centro comercial. Un cambio de ambiente radical. Nos separamos para revisar los estantes. Y frente a tantos títulos de maestros y voces antiguas, las lágrimas comenzaron a brotar por mis ojos, la debilidad se apoderó de mi cuerpo. Un llanto insostenible de rabia. Rabia acumulada de años, por ver tanto deterioro y desperdicio de talentos. Y entonces me sentí ínfimo y miserable. Y empatando todas las piezas del día acepté que nos merecíamos lo que teníamos. Declaración tan injusta, incómoda, y después de descargar mi dolor, quise descartar si era cierto o no. Pensé en todas las versiones de amigos que quiero y estimo que todos los días exponen su vida por creer en la posibilidad de un país mejor, marchando y siendo reprimidos brutalmente por la higiene social de la Corporación Militar, sólo por aspirar vivir en un país donde la gente no se odie hasta el agotamiento por pensar distinto. A mi mente entraron las miles de mentalidades que asistían a las marchas, y comprendí que esos escuderos eran el resultado lógico de una enfermedad que todos padecíamos, pero que ellos ya no tenían miedo de ocultar, porque el precio de la vida les daba igual, condenados a cometer acciones insensatas, y poner en evidencia el tremendo mal que se había acomodado en este pueblo para quedarse quién sabe hasta cuándo.

Hago el molesto contraste que tristemente los medios de comunicación (con posturas fijas e incuestionables) no promueven para evitar posturas críticas, ante el lucro del propio espectáculo que ellos mismos promueven con sus reportajes panfletarios (tan parecidos a lo que hace este gobierno de mierda), con la sutil excusa de decir que informan a la población encerrada en sus burbujas existenciales, que no se expone a los riesgos de la calle, pero que sin duda son repetidoras de la tragicomedia de todos los días. Donde encontrar espacios grises y oscuros, es lo que genera un verdadero desconcierto, pero que sin duda, nos abre las puertas a un cuestionamiento que profundiza más los problemas, pero que a la larga nos hace más reflexivos y libres del engaño. Usted si cree en una lucha, ejecútela, pero no sea cómplice de la mediocridad. Pues aquí la tiranía que hay que superar primero, es la impuesta por el pensamiento polar. Ver las cosas de otra forma no nos hace enemigos, sino que amplía nuestros horizontes. Son a través de estos pequeños detalles, donde encuentro ese camino que se aproxima y en ocasiones fugaces, se parece a eso que todos llaman libertad.

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Alexander JM Urrieta Solano

Corporación militar

La unión cívico militar: oración pedante y nociva que sólo puede provenir de mentes bélicas y enfermas de poder. La gran estafa del «neoliberalismo rojo», auspiciado por milicos que no sienten vergüenza de salir a la calle con su disfraz de aceituna verde, insultándonos con su Guardia del Pueblo, y el pavoso Honor es su divisa. Van destruyendo todo lo que tocan, patrocinando su monopolio de la violencia y el respaldo de un legado contradictorio, que sólo les sirve como retahíla para sacar provecho de la necesidad ajena; engañan en resguardo de sus intereses egoístas. El estado supo engendrar a sus parásitos. Los dotó de armas y dinero. Ahora tienen bancos personales, enormes camionetas, sucursales privadas, restaurantes, espacios «recuperados», quintas y centros comerciales. Ni el honor ni la expiación más grande puede renunciar a tanto lujo ingrato. El milico empresario acumula su fortuna abusando de las necesidades de los que son más… aplicando su único método: el pragmatismo troglodita, el control del hambre y la miseria.

La unión cívico militar demuestra que las balas son mayor prioridad que las palabras, puesto que son veloces e invisibles. Y estos anfibios condecorados, que les cuesta caminar por tanto medallero y mérito encima, no se conforman con vivir bien, al contrario, como que disfrutan saturar a sus oprimidos con sus trastornos e ínfulas de grandeza. Propagan su odio por la radio y la televisión, como si todos formáramos parte de esta acumulación de odio; igual pienso que todos somos cómplices de este embrutecimiento colectivo, (cada quien en lo suyo debe asumir su barranco: su enfermedad individual)… Cuánto dinero y tiempo desperdiciado en un culto al pasado, lleno de vagas hazañas, una necesidad compulsiva de destacar glorias ficticias. Este repudio que siento por los milicos quedará por siempre cristalizado, difícil será olvidar tanto mal rato, y puedo asumir que para muchos otros también lo será. Sus fechorías se ocultan en el relato invariable bolivariano, que en cada gobierno de turno ha sido el argumento de dominación por excelencia. Sin embargo, ya ni la epopeya sirve para esconder el despilfarro de codicia y estupidez de este país ignorante de su historia. Bolívar y toda esta tradición de alabanzas y gracias hacia los militares se ha vuelto un obstáculo molesto y desagradable.

Es preciso replantearnos esa sugerencia enervante del Gendarme necesario ¿Acaso un país necesita de tantos milicos? ¿Vale la pena invertir la vida en seguir órdenes sin pensar por uno mismo? ¿El orden se garantiza en las armas? Puras políticas pensadas desde la fantasía democrática/revolucionaria, y me atrevo a decir que esta torpeza es histórica, pues todos hemos pecado bajo el yugo asfixiante de los héroes libertarios, que cada día se hacen más sintéticos y moldeables. Que nos nos sorprenda que Bolívar, así como el oro negro, hayan sido nuestros mejores productos de exportación ¿A costa de qué seguimos divagando en lo mismo? Un culto patético cuyas últimas consecuencias se ven reflejadas en esta asquerosa definición de unión cívico militar, en la gran estafa de la independencia y el estado mágico-soberano. Y esta muletilla discursiva es tan terrible, que tanto chavistas como opositores la necesitan para subsistir, pues al parecer ha sido por la lucha absurda y la exclusión que se ha ido improvisando este país de grandes riquezas y mujeres hermosas, (me falto decir que polarizado también). Considero pertinente elaborar estas interrogantes: ¿La tradición milica está arraigada a nuestra identidad, así como el humor rancio y ese complejo de negarnos a nosotros mismos? La frustración de no poder ser como otros «mejores y superiores» la estamos pagando caro. En la tiranía del pensamiento resulta imposible ver las cosas de otra manera. ¿Es posible tocar más fondo? ¿Qué clase de sádicos controlan este país? ¿Qué tipo de egoísmo se macera en cada uno de nosotros?

Alexander Urrieta Solano

Fin de semestre

En este país nadie respeta el tiempo de los demás. Ya terminando el semestre caigo en cuenta de que nuestra energía se concentra en aprobar y buscar el visto bueno del maestro inquisidor, que a su vez pretende exigir algo que nunca le ha dado a sus alumnos; y esta relación es mutua y nociva; aprender es un hecho circunstancial de todo este régimen desquiciado que se hace llamar Educación Superior. Pensé que ese trauma se había quedado en el colegio, pero ahora veo que lo que se aprende en la cuna jamás se vomita. A falta de guía y pasión no tiene ningún sentido estudiar por convicción. Saturar no es enseñar, por eso ciertos trabajos finales resultan un dolor de cabeza y una pérdida de tiempo; lo único que queda es la presión de cumplir asignaturas, y en el fondo de la olla el sadismo de nuestro sistema educativo: que no sirve para absolutamente nada. La universidad no ha hecho otra cosa que producir piezas desechables, ¿alguien se ha preguntado alguna vez, si se considera un ser irremplazable? Bajo estos términos decadentes tenemos que abrir más espacio a las dudas. No podemos ser la medida de todas las cosas, ni mucho menos tapar el sol con un dedo.

La Universidad Central de Venezuela se ha convertido en un gran barco pirata. Un espacio de tránsito donde parece que el último fin es conseguir un papel que nos de legitimidad en la calle. El título parece que es lo único que vale, ya no importan las personas. Me entristece saber que la mediocridad gobierna de forma déspota en todos los rincones del país. Meter el dedo en la llaga también me condena al destierro, y sin duda a la desaprobación de mis semejantes, pero no me importa, pues he aprendido a expresar ciertas molestias mucho mejor que algunos de ellos. Por primera vez me jacto de mi arrechera.

Todo desmotiva, puesto que resulta difícil asumir que el respeto también se ha perdido. Que no nos extrañe ver tantos egresados acéfalos, la mugre que producen las pisadas de la fiesta en el Aula Magna también amerita ser probada, y cuestionada. Ante esta situación tan preocupante, me pregunto qué queda para nosotros, meros bachilleres a mitad de una carrera marginada, porque nuestra cultura meritocrática nos ha forzado a estudiar carreras que eleven nuestro estatus económico, ya que es preferible evitar todo aquello que despierte desencanto, o bombee mayor cantidad de sangre al cerebro. Eso justifica el país que tenemos (?). La formación de sociólogo me ha llevado a caminos oscuros pero esclarecedores, no obstante temo que esta condición que padezco sea irreversible. Saturar no es enseñar, es algo que he aprendido de mis maestros, al menos de los que se toman enserio su oficio. He aprendido tanto de los buenos como de los malos, sobre todo de los nefastos, pues son el vivo ejemplo de lo que reina en este país próspero de grandes riquezas y mujeres hermosas…pónganme de nuevo la cancioncita de Venezuela mientras me seco las lágrimas, porque ahora hasta el mínimo grado de lucidez parece un chiste.

Por lo menos en mi escuela hay mucha gente que sobra; la idiotez cuando se vuelve una moda, no hay elecciones partidistas que valgan, ella siempre estará allí. Igual esta prestigiosa casa de estudio ahora se encuentra cómoda y golosa bajo una buena sombra: administrada por charlatanes de cuarta y payasos de quinta. Y esta desidia es contagiosa, ahora más que nunca tenemos que estar atentos al destilado del «Cambio/Revolucionario». Se critica el deterioro de la institución, pero nadie cuestiona el proceso embrutecedor en el que estamos sumergidos gracias a ella. Porque ahora pensar distinto parece un lujo que nos margina y nos distancia de la multitud: desagradable motor de los cambios. Es fácil sentirse cómodo en un país artificial donde reciclar ideas gastadas es la única forma de ser aceptado: soñar con la democracia petulante de los viejos dinosaurios, o el rancio socialismo del siglo XXI, que ya nadie sabe hacia dónde nos está llevando. Vivo ejemplo lo siento en mi casa de estudio, donde los líderes estudiantiles ejercen gestiones para el deleite de sus prosélitos; igual siempre podemos escoger un bando contrario, que en su ilusión de ejercer política, nos hace sentir propietarios de la verdad. Y al final el estudio sólo es un burdo oficio en segundo plano, que poco a poco iremos olvidando, cuando las ínfulas de doctor y licenciado nos hagan creer que estamos listos para comernos el mundo.

Disculpen esta descarga sin filtro pero… qué pegadera de huevo ha sido este semestre. En solidaridad con mis colegas irremplazables que todavía siguen oponiendo resistencia, ofrezco estas palabras. Sine ira, et studio.

Alexander Urrieta Solano