Apuntes para Abraxas II

15 de julio-2023

Estamos a mitad de julio. El Centro está repleto de buhoneros con productos puestos en diversas sábanas extendidas. Muchos artículos escolares. También muchos juguetes. En los parabrisas de los carros se pueden leer los logros de extraños: «mi hijo pasó a primer grado», «familia orgullosa por su bachiller», «sobrina hermosa ya sabes leer»,»me graduaron». Ves a los chamos entrando a la farmacia con sus chemises rayadas: «éxitos nunca cambies», «te voy a extrañar no me olvides». Hay tanta gente en la Hoyada que no se puede caminar. La saturación en las ciudades son mezcla de nostalgia con desesperación, que en suma viene a ser lo mismo que otra máscara de la esperanza. Gastar implica una forma de ser feliz. Eso, en tiempos y lugares tan caóticos y absurdos, no se tiene que discutir. Vamos a paso de fila india, como las hormigas. Sin ánimos de pisar la mercancía ajena. La oferta de mangos y ropa íntima a un dólar. Parece que la fecha próxima al día del niño no conoce rango de edades. El mundo está tan infantilizado que la idea de ser adulto se toma con vergüenza. La gente de quince años no asume que ya tiene treinta. El metabolismo y el dolor no son iguales. Crecer es una ambigüedad. Crecer es andar desnudo, lidiar con tu soledad. Para ignorar el paso del tiempo nos refugiamos en algún ejercicio de vanidad, exponer la vida irrelevante que se tiene, esperando que otros consuman lo que ofreces de ti, creyendo que tu contenido, bueno o malo, es garantía de un tipo de gusto consumado, una necesidad patológica por demostrar que estás siempre haciendo algo, que tu vida es interesante, cuando no lo es. Creces, pero no maduras. Pero justo es eso, se trata de esa búsqueda de atención, como la que necesitan los niños, ahora como adultos niño. Para calmar a mi niño interior me doy un paseo por el puente. En una mesa encuentro la poesía completa de Alberto Caeiro. Una edición llena de hongos y polvo. El libro tiene una vida dentro de otras vidas. Leo: «el defecto de los hombres no es el de estar enfermos:/es el de llamar salud a su enfermedad,/y por eso no buscan curarse/y realmente no saben qué es salud y qué enfermedad». Crecer duele, ¡pero qué bueno es! Madurar, no sé.

15 de agosto-2023

Fragmento de Ética de la Crueldad de José Ovejero:

«Los humanos necesitamos certidumbres. Tendemos a preferir libros con un mensaje que nos conforta, es decir, que hacen explícito lo que ya pensábamos antes de leerlos. Una crítica a la religión será siempre bien recibida por los ateos, una crítica al vicio por el pío, una crítica hacia los poderosos por los que no tienen poder…y también por los poderosos que no se sienten cómodos con su condición y prefieren contarse entre los impotentes. Una explicación del mundo que me alivie de mis culpas o que al menos las haga más llevaderas será acogida con gratitud. El lector suele apreciar las novelas en las que los protagonistas hacen lo que él siente que debería hacer pero no hace. Cuánta gente que lleva una existencia perfectamente burguesa disfruta las aventuras del revolucionario que sacrifica su vida luchando por sus ideales. Siempre me ha llenado de estupor el éxito de esos libros mediante los que asistimos al sufrimiento injusto de una persona cuyo partido tomamos no porque nuestras vidas sean o hayan sido similares, sino precisamente porque no lo han sido. No nos identificamos sino que sentimos simpatía, nos identificamos más bien con los justos que consideran que aquello es una injusticia; coincidimos con el autor en que el mundo es malvado, pero no por nuestra culpa, puesto que estamos al lado de las víctimas. En cierto sentido muchos de esos libros que pretenden ser morales -el autor revela con ellos lo ruin que es el mundo pero no él, ya que él condena esa maldad- son también extremadamente conservadores. Procuran al lector la sensación de encontrarse del lado de la razón mientras leen, de forma que no es necesario que lo hagan también mientras viven. Todos estamos a favor de la justicia, pero solo unos pocos actúan para conseguirla. Leer no es en muchos casos, como nos dicen desde el poder, una forma de crecimiento y liberación personal, sino una estrategia de enquistamiento. La lectura, igual que viajar, se ha convertido para la mayoría en una actividad recreativa. Si una vez y otra recibimos el mensaje de que leer es bueno se debe a que leer, como escribir, se ha vuelto inocuo. Pan y circo. Y literatura. E Internet. La literatura es el opio del pueblo.» pp. 71-72.

30 de septiembre-2023

¿Qué es la memoria? En sus Confesiones San Agustín dice que es el estómago del alma. Bernardo Atxaga, en el Obabakoak, dice que la memoria es un salpicado de islas. Quima formula su propia definición: circuito turístico de cayos que transitamos como huéspedes dentro de un cuerpo frágil con fecha de vencimiento. Volvemos al lugar donde fuimos extremadamente felices o tristes, en aquel sitio que no obedece ninguna ley física se permiten las contradicciones, no hay distinción dentro del doloroso placer de recordar. La soberanía de la memoria, dice, la que por los momentos considero plena, es saber que la única patria que tenemos son los recuerdos, en nuestros sótanos todavía nos sostiene la infancia, nuestro primer castillo de arena levantado con inocencia frente al mar, los dientes de leche mezclados en un frasco con monedas y metras. Por otra parte, M. dice que la memoria es un inventario de sucesos que conservamos como objetos, corotos ocultos en gavetas, cofres y bolsillos que dan sentido a nuestra versión personal del Génesis. También son imágenes. Imágenes perdidas que recuperamos en instantes inexplicables. He revivido mil formas de vida en el perfume de una madre, en el olor del guiso que prepara esa extraña que me ha cedido un sitio en su mesa para comer. Muchas respuestas en el pelo escondido en la funda de una almohada. He vuelto a tener cinco años al contemplar a unos niños jugando en el parque. He recordado la miseria por un pan lleno de hongos, en una olla mal lavada, en la extensión de una avenida oscura y sola. Una alegría se destapa en mi corazón al ver una foto de mi último viaje a Puerto Ordaz con personas que ya no tengo conmigo, pero que conservo en algún sitio. En un gesto está guardado el universo, la casa de las estrellas. La memoria es un archivo, caja de música, obra inconclusa. Es el lugar donde situamos varios lugares. Allí están los seres que me llenan, los ausentes, los desaparecidos, los eternos. El olvido también es recuerdo, piezas perdidas, ocultas. La pregunta que uno se hace es: ¿Cómo mediante gestos tan simples se recuperan las imágenes? ¿Qué detalles me llevan a ese lugar que, por mucho tiempo, había dado por perdido?

6 de noviembre-2023

Hay que ganarse la voluntad. Esta frase la tengo presente cada vez que despierto ante la insistencia de una alarma desquiciada, la que me ayuda a liberar la carga de cortisol necesaria para poder levantarme y, como Sísifo, ordenar la cama una vez más. Encarar el nuevo día. Estando lejos pienso en los amigos, esa formación antigua y delicada, de origen misterioso, que junto a los recuerdos hacen la patria mínima que da forma a nuestra soledad. He dado con la tarea de cartografiar la memoria, recuperar imágenes perdidas que me permitan pensar de otra manera el presente. Dejar constancia de que la vida ha sido y sigue siendo buena. Anoto: En la sabana todo es aterradoramente eterno. El territorio nos exige aceptar nuestra caducidad. Los músculos tienen memoria, los tepuyes también. Cada paso hacia lo desconocido comprende un margen de error y éxito incomprendido. Hay quienes se jactan de mostrar procesos y resultados, yo estoy tranquilo porque no aspiro a demostrar nada, solo dejar las cosas mejor que como las encontré. Mi mayor dicha ha sido fracasar y saber recuperarme de inmediato, me dijo Quima una vez, es el don de la insistencia, la terquedad quijotesca que da sentido a la vida. Alcanzar una meta requiere de esfuerzo y disciplina. Por eso me contento cuando veo a alguien que estimo llegar, por así decirlo, a alguna parte, ignoro si es bueno o malo, solo considero que al final todo vale la pena. De las grandes caminatas podemos aprender mucho sobre las nociones de resistencia y voluntad. Los logros de los amigos los siento míos, en cierta forma, porque uno desea pensar que así como somos parte de los momentos de angustia también podemos ser parte de las dichas. Claro, si los afectos lo permiten. Y digo esto con reservas porque en la hora más tenebrosa son pocos lo que quedan, y con eso basta. A pesar de que cada quien lleva su peso solo, no debemos despreciar la compañía temporal del otro. El trayecto no termina y el rey sol no perdona. Ruta complicada porque no podemos prevenir los cambios, por eso cada pequeño gesto proveniente de la extrañeza del otro es una grata recompensa. Entonces concluyo: Los amigos son la hospitalidad que da el camino.

31 de diciembre-2023

Quima me escribe: «Aspiro una memoria sin nostalgia, es decir: el olvido. Celebro la dicha de ser, hasta donde puedo, tu amigo». Pienso entonces: ¿en qué consiste olvidar? ¿Por qué hablar del olvido resulta tan pertinente ahora, en el cierre de un ciclo, el fin de año, donde precisamente hay un ejercicio inevitable de rememorar todo lo vivido? Lévi-Strauss dice que «olvidar es no poder decirse a uno mismo lo que uno debería haber podido decirse». No creo que el olvido tenga que reducirse a una falta o pérdida. Creo que los olvidos son vacíos que están llenos de algo vital. Archivos no encontrados o perdidos a propósito, por negligencia o temas terapéuticos. «Celebrar el año nuevo», dice Quima, «es el pretexto para invocar el olvido, que también puede ser la mutación de un recuerdo, digo, el olvido también es un tipo de memoria». La idea de borrón y cuenta nueva para fin de año, el compromiso que uno se hace (en medio de ritos y cábalas responden a una necesidad consumada en el propio arte de la memoria, la necesidad de renovarse, es decir, de envejecer), la promesa de un porvenir mejor implica que seamos capaces de olvidarnos de quiénes fuimos o seguimos siendo. Esa promesa que nos hacemos exige una tarea (in)voluntaria. «Hay que saber olvidar, por ejemplo la memoria del dolor, la muerte de un semejante». La memoria consiste en privilegiar unos acontecimientos sobre otros. A pesar de no tener contacto alguno con el otro, en lo más profundo, en la memoria más recóndita de mi ser: lo amo y lo extraño, y por alguna razón, sé que en este momento también lo olvido. Así funciona, después de todo, la mecánica de la soledad. El olvido suele hacernos daño porque sigue siendo una forma de memoria. Solo podemos alcanzar la plenitud olvidando que hemos olvidado. Recordamos en función de un olvido posible. «El olvido, lejos de ser una antinomia de la memoria, es la esencia misma y se le reservan ciertos momentos». Entonces, cuando levantemos nuestras copas y brindemos por el porvenir recordemos, así nos parezca paradójico, aquello que hemos olvidado. Te abrazo en la ausencia, porque sé que luego de esto, tampoco te acordarás de mí. Somos olvidos empiernados.

10 de febrero-2024

Año nuevo chino

A pesar de tantas cosas, puedo decir que, en el fondo, seguimos vivos y olvidando los sueños, me dice Quima. En lo trivial está la belleza, sigue, y no es para menos, si me doy a entender. En las situaciones más extrañas he llegado a pensar que las despedidas que vivo dormido, por ejemplo, son vitales para renovar mi esperanza al despertar, quiero decir, que la esperanza es lo más parecido a lo que podemos experimentar como un sueño a punto de cumplirse. Yo por mi parte tengo una relación extraña con los sueños, le digo. A veces pienso que recuerdo un sueño pero otras veces el sueño me recuerda a mí. Lo que pasa en otras situaciones es que creo olvidar que he soñado. Pasan los días y claro, el sueño, evidentemente, se ha ido, pero entonces en un momento recuerdo que había olvidado algo, y ese algo es el sueño perdido, y cuando recuerdo que lo olvidé el sueño vuelve de manera fragmentaria, en forma tráiler, y algunas cosas se aclaran, pero por igual me inquieto. Cuando recuerdo el sueño que creí haber olvidado es cuando tiene mayor sentido para mí. Capaz es una tontería. No hay que darle tanta importancia como a las cosas que padecemos despiertos. Es curioso, dice Quima, el sueño es una manifestación de una ficción posible, que es lo mismo a decir que se trata de una realidad seleccionada con pinza de lo que vivimos despiertos. Desde hace tiempo anoto mi sueños ¿Lo has intentado?, le pregunto. Si lo anoto está bien, pero no es lo mismo. Escribir el sueño que tengo retenido al momento de despertar sigue siendo un ejercicio sometido al error. No es igual escribir el sueño luego de haberlo tenido porque lo que escribo ya no se trata de un sueño sino de un recuerdo. Es una trampa. El tema nos conduce al fracaso secreto. Porque una cosa es lo que vivo y otra lo que sueño. Lo ideal, para una certeza más exacta de nuestro interior, es tener la capacidad de poder escribir mientras soñamos. ¿Escribir dormido? No ¿Qué tiene que ver eso? Yo me refiero a la capacidad de escribir al ras del sueño. Son contados los que han logrado transmitir esa obsesión esotérica a otros, digo, después de todo, escribir con sueño es también un método para olvidarse de la esperanza.

Alexander JM Urrieta Solano

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@LiberLudens

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