Elogio del tamagotchi

Una amiga me mandó uno de esos reportajes cortos de la Deutsche Welle sobre un tipo que se gana la vida haciendo nada. Se llama Shoji Morimoto. Lo contratan para que sea una suerte de compañía. Depende de lo que el cliente quiera este puede hablar o solo escuchar. Se alquila para estar.

Una de las clientes de Shoji comenta lo versátil que es tener este tipo de servicio. Ella dice que al estar con sus amigos siente la presión de tener que entretenerlos, de tener que estar ahí a la expectativa de generar algo en ellos, ya sea una impresión mínima, un gesto, una palabra, situación que la hace sentir incómoda. Siente que al final la compañía del otro exige un intercambio que a veces no sabe si es capaz de dar. Por eso antes que seguir sometiéndose a esas condiciones de ansiedad alquila una compañía con la que no tiene la necesidad de sentirse, a fin de cuentas, juzgada o presionada.

Shoji tiene la modalidad de hablar o de simplemente escuchar, dependiendo de lo que el cliente le pida. Su negocio ha ido creciendo. Ha tenido un promedio de casi cuatro mil salidas donde no hace absolutamente nada. Si se lo piden come, asienta, se muestra atento a los sentimientos ajenos. Asertivo, su silencio se cotiza en la bolsa, en las calificaciones de los usuarios.

Hay renovación de salidas, hay flujo de retorno; algo muy positivo para el negocio de la soledad. Estamos hablando de las profesiones del presente.

Otra cliente lo contrató para no sentirse sola mientras en una salida iba disfrazada de Pikachu. La compañía le da seguridad suficiente para no sentirse ridícula, una sensación que parece no encontrar sitio en las amistades sinceras. Mediante el pago se evade cualquier forma de vergüenza.

Lo que me llama la atención es que tenemos a ese otro que podemos configurar de acuerdo a nuestras necesidades. Como me dice una amiga: en el presente el otro es a la carta. Yo lo configuro de acuerdo a las urgencias de mi soledad. Entonces silenciamos, censuramos, bloqueamos, establecemos restricciones para protegernos del otro. Resguardamos una soledad frágil como el cuerpo interno de un cangrejo.

En parte admiro el negocio de Shoji.


En parte no me interesa. Sin embargo, no se puede descartar la posibilidad…


Me hace pensar que detrás del oficio agotador de la vanidad está empozada a nueva forma de tristeza. La soledad que alimentamos como un tamagotchi: mostrico que se satisface con mínimas muestras artificiales de afecto. Mostrico que vive de las relaciones estériles que no llegan ningún sitio. Un mundo donde el otro es solo un medio para alcanzar la exaltación personal. De ahí la virtud compensatoria de los likes y corazones en las redes. El camino a unas mejores formas de incomunicación.

El otro está para consolarnos en la medida de nos infla, a riesgo de reventarnos o quemarnos. Esa quizá puede ser una de las bemoles del oficio de Shoji: el cliente se hunde tanto en su ego que no vuelve más, aunque es algo paradójico, porque se supone que debería generar un efecto contrario, uno que a fin de cuentas pone en peligro es la soledad de Shoji, su cualidad más valiosa, que corre el riesgo de dejar de ser inédita, o lo que es peor o evidente: que aburra.

Gabriel Zaid en su ensayo de Los demasiados libros habla del surgimiento de una nueva profesión en la nueva era del ensimismamiento: los que escuchan.

Una solución de welfare state sería crear un servicio nacional de geishas literarias, con maestría en letras y psicología autoral, que trabajaran a tiempo completo en leer, escuchar, elogiar y consolar a todos los autores no leídos.

Persona con un don legítimo para escuchar nuestros lamentos. Como un cura detrás del confesionario, uno que no tiene que darnos penitencia. Una persona que alivie nuestro ego, ya que la misma situación nos evade de asimilar la poca relevancia que tenemos. Pero como nos enseña Shoji, y su humilde oficio de no hacer nada, el dinero puede brindarnos, así sea en una situación simulada, de no ser lapidados por el servicio que contratamos. Pagar por la ilusión de los afectos.

Me parece una misma vertiente del coroteo, otra rama de la prostitución. Yo a todas estas me pregunto si Shoji siente afecto por un cliente, digo: ¿al sentir empatía su negocio se diversifica, o se jode? ¿La lástima altera los servicios de no hacer nada? ¿O es que la clave del éxito del negocio de no hacer nada radica en la misma indiferencia que establece el contrato mismo?

¿Tú qué piensas?

Shoji hace de la terapia una profesión ambulante. Ya no tienes que pagar para ir al psicólogo, él va por ti. No cuestiona, simplemente le pagas para que sea una versión amueblada de tu propio espejo.

Lo interesante es la pregunta que el reportaje de la DW deja al espectador:

¿Y, a qué se dedica el hombre que no hace nada después del trabajo?
Esperemos que algo.

La compañía tiene un precio. El otro al final nos aterra porque nos hace sentir vulnerables. La velocidad de las cosas ha cambiado radicalmente ´como se comporta o piensa la gente. El aburrimiento es la cara oculta del entretenimiento.

El oficio de Shoji es solo otro síntoma del presente.

Alexander JM Urrieta Solano

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@LiberLudens

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