«Me gustan las personas sobre las que no podemos formarnos una opinión, en otras palabras, las que nos obligan a renovar constantemente la opinión que tenemos de ellas.»

Julio Ramón Ribeyro – La tentación del fracaso

Sala Fedora Alemán, Centro nacional de acción social por la música, Caracas.

Con frecuencia iba a sus presentaciones en el Sistema. También esperaba que saliera de sus ensayos de percusión. Luego la acompañaba hasta su casa en Campo Alegre. Caminábamos por el boulevard hasta llegar a Chacaíto. Cuando se hacía muy tarde me quedaba a dormir con ella; eso era lo ideal y lo mejor para mí, porque casi siempre nunca había forma de regresarme de donde había venido. ¿No les pasa eso? A veces no sabes cómo volver al sitio al que nunca te terminas de acostumbrar porque, en algún punto, en el fondo, detestas pero no puedes admitirlo y por eso buscas huir de él tomando distancia, pero sin saber cómo abandonar dicho sitio, porque en algún momento tienes, como aceptando tu fracaso, que volver a él porque no tienes otra alternativa. La costumbre nos arruina. Yo me había acostumbrado, claro, a las vigilias en casa de ella. Pasaba horas revisando sus discos de música clásica, tocando una melódica Hohner. Ella tenía una fijación por los compositores rusos, en particular por Rachmaninow. Los domingos íbamos a Colegio de Ingenieros a comer en los puestos de comida peruana. Tomábamos chicha morada y una ración de papas a la huancaína. Ella me dejaba las aceitunas negras que adornaban el plato. Los últimos trozos de papa los comía con cierta lentitud y tristeza. Esperaba ansioso ese momento porque solía decir algo inesperado, como si aquel rito específico, en que quedaba el último pedazo bañado de crema amarilla, estuviera la única oportunidad de decir eso tan puntual y enigmático que tenía mucho tiempo pensando. Una vez dijo que las piedras lloraban por la ira del sol; en otra ocasión que: «la soledad del Bisonte del Zoológico de Caricuao es el reflejo del caraqueño promedio, que es por naturaleza, una criatura sin aspiraciones, mediocre; casi todos los que vivimos aquí tenemos un parecido a las piedras, nos distingue, tal vez, la certeza de poseer un alma, pero de qué tipo, si al final tampoco éramos capaces de movernos para escapar. Duelen tantas limitaciones. La libertad (auténtica) es no tener que decidir sobre nada. Por la fuerza de la costumbre, como el bisonte, solo podíamos soñar que huíamos del sitio que despiertos no podíamos dejar.»

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@LiberLudens

También los animales son ciudades.

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