El intersticio primero

por Bastián Desidel

Metáfora de la nervadura en La surtidora de María Sol Pastorino

La poesía no resuelve. Tensiona. Bien se sabe al leer los versos de la poeta María Sol Pastorino, quien publicó su primer libro hace algunos años. La surtidora es muestra y producto de la elaboración consciente de una escritora que se sabe en condición y que despliega su lenguaje sin temor al nudo y al callejón sin salida. Doblemente válido es para La surtidora, poemario que ha sobrevivido a los retazos de los años, a la búsqueda de su decir poético y a la complejidad del mundo editorial en tanto publicación como distribución.

Cosas varias podrían decirse de este libro donde la sutileza no es un acierto inconsciente. La surtidora comienza sus páginas con el siguiente poema: 

Empeño en escribir, 
tarea que la surtidora realiza sin el menor esfuerzo. 
Si ella se esforzara, dejaría de juntar hojas de otoño, 
dejaría de creer en el ardor de los nervios. 
La página en blanco la enciende ella misma. 
Funda una metafísica propia 
la de arder en una nervadura. 

En el desglose del poema, sin abandonar la totalidad a la cual se debe, reconocemos el imaginario expuesto al servicio de un arte poética. El protagonismo de La surtidora, quien escribe y es escrita, a la manera de la heteronomía, nos presenta las siguientes preguntas: ¿El poema es escuchado por la poeta quien transmite el dictum de lo que llamamos inspiración? ¿O será que el poema es construido a la manera de una cuidada artesanía del alma? La dualidad gestacional del “poema” es la obertura de este libro. El “empeño” demuestra rápidamente la irónica sutileza de una escritura experimentada, y que busca desbaratar en el siguiente verso la complejidad e intencionalidad que denota la acción de escribir. La escritura no es la poesía. La surtidora intuye: responde más al hábito de quien mantiene un vínculo extraño y personal con los objetos, personas, estaciones de su vida cotidiana. Significante será la presencia silenciosa de los cuartos, las bolsas, las manecillas, los otoños y los lápices, en ellas se gesta la primera sílaba que remueve a la poeta. Esta poética denota una idea de la escritura antes de la escritura y el sacrificio implícito que conlleva la poesía y que llamará más adelante “la dificultad afectuosa del poema”. ¿Es capaz la escritura de esbozar este contacto tan personal de la “metafísica propia”? Vitalidad, en esencia: el hechizo poético y la particularidad del poema reside en su cierre. Retorno al último verso: “la de arder en la nervadura”; resulta llamativa la utilización de la palabra nervadura, en un doble vínculo con “las hojas de otoño” y “los nervios”, lo que permite el ingreso del lector al bagaje botánico que potencia esta metáfora. 

La condición de la nervadura es básica para la totalidad de la estructura biológica de una hoja. Su símil humano, el nervio

Si escarbamos en algunos tomos sobre la composición de las plantas, como el Diccionario de botánica redactado por Pío Font Quer, publicado el año 1953, podemos asociar la nervadura como el conjunto y disposición de nervios que componen la hoja en forma de redes —similar a las venas humanas. A través de esta se puede lograr una clasificación dependiendo de su estructura, lo que variaría la complejidad de su función, no obstante, su presencia se liga a ciertas funciones básicas: la óptima distribución del agua, la estabilización de la estructura, promover la robustez enfocada en reducción de daños, entre otras tantas bifurcaciones existentes en el tema; es reconocible que sus funciones se ligan a otras como los de la fotosíntesis. La condición de la nervadura es básica para la totalidad de la estructura biológica de una hoja. Su símil humano, el nervio, remite de igual manera al contacto entre el sujeto y su entorno, en este caso a la acción pre-cognitiva con la cual responde el sujeto ante su ambiente. La utilización metafórica de la nervadura posibilita el ingreso a la sensibilidad poética: apertura ante la recepción de la intemperie y contención de la luz, como también su apreciación de estructura casi irreducible. Para indagar como lo hacen estos poemas con su cotidianidad, hay que entrar en esa región primaria de la cual la nervadura es signo. Así, “arder en la nervadura” será un mandato primario.

Esta nervadura, pura metafísica poética, es la que sostiene a la poeta en la hoja de papel. Más que respuesta reflejo, es el espacio límpido de trampas cognitivas, espacio del misterio. En este punto se podría considerar la posibilidad de desovillar una esencia común respecto a este espacio poético con la del poema “En el coto de la mente” del poeta peruano Carlos Germán Belli, la cual cobra relevancia en sus últimos versos “aquel que los arneses despojóse,/ para con premeditación nadar,/ entre sedosas aguas, pero ajenas,/ sin pez siquiera ser, ni pastor menos.” Pero apuntalar un posible significado no basta para esclarecer los pliegues de un poemario como el presente. Posiblemente este resquicio biológico permite acoger la tensión entre el Poeta que intenciona la escritura (como un oficio a partir de la práctica) y el Poeta que recepciona la palabra poética y vuelca la inspiración en un ejercicio activo (nacimiento desde ese espacio primario) y sostener una dialéctica que no llega a contraponerse jamás, pues ambas formas se contienen en una mayor. Así el roce de estas dos formas hace pensar en la experiencia humana abierta a la sensibilidad de los estímulos cotidianos y su comunicación privada. Imagen que en cualquiera de los casos le es fiel a la autora. 

Imagen de portadilla. La surtidora. Ruinas Circulares, 2019.

La plena confianza en la metáfora y, con esto, confianza también en la palabra como medio de contacto con una Realidad que, ligera, se asoma en los objetos más cotidianos, es otro atributo de la poeta María Sol Pastorino. Si bien La surtidora, máscara sujeta a otra metáfora, alude constantemente que el verbo “escribir” es un puente incompleto o un objeto defectuoso si se erige con base en una razón ciega, la “dificultad afectuosa del poema”, principal constitutivo del poema como triunfo del lenguaje en su expresión últimaserá “realizable” desde el posicionamiento en la “nervadura”. Ante la escritura de La surtidora se evidencia la necesidad que el lenguaje toque, ingrese, remueva ese nervio, que se sepa estar dentro, vivir la metáfora, pues los textos aquí reunidos son constatación de la palpitación poética, el habitar desde la sensibilidad de ese intersticio primero y su constante contacto privado con la simbología cotidiana en que la experiencia humana se mueve. Es por eso que la necesidad de la “metafísica propia” se presente como un imperativo para quien se bate ante la página en blanco. La vitalidad mística que destella y estalla en el verbo poético. La poesía de la surtidora se siente y se descubre, es hallazgo, sólo se nos hace poeta al encontrarnos con la poesía, el ejercicio lógico en sí mismo imposibilita esta vitalidad basada en el sentir. Se nos dice: 

XI 

Las llaves buscan el giro dice la surtidora.
Las cerraduras no comprenden en el círculo, 
las bendiciones que nadie ve. 
Los mandalas de nuestros verbos 
se abren y cierran en la geometría 
del esfuerzo y la utilidad que sobregira. 
Las llaves se desgastan en la comprensión. 

El poema es la labor del poeta. El conocimiento del trabajo y la nervadura es la esencia que provee a La surtidora misma en la posibilidad de la escritura poética: la Poesía en el intento de escribir poesía, el intento de retornar a esa región única que provee. El ejercicio escritural, carente de finalidad como se nos demostrará en el poema que cierra el conjunto, sobrevive al por qué, se escribe porque se arde en la nervadura, sin más. En esta batalla de la comprensión y el sentir, lo posible y lo concreto diluyen su dialéctica. La surtidora descree de la respuesta objetiva. María Sol posee tinta escéptica, lo cual no nos aleja de esa región nerviosa a la cual nos llama a arder, la creación de la metafísica propia conlleva al distanciamiento del lenguaje común. Desde el escepticismo y la cotidianeidad la surtidora enseña a retornar a uno mismo luego del contacto con el otro. Me perdonará la autora por citar a Roberto Juarroz, poeta que no es de su predilección. El poeta argentino refiere a su interlocutor Guillermo Boido, en el libro Poesía y creación: “La única manera de recibir una creación es crearla de nuevo. Tal vez, crearse con ella”. Pienso que esa metafísica propia nos lleva a fundir los polos en el sacrificio único de la creación, la surtidora nace en la dificultad afectuosa del poema, luego de horas de intento aprendiendo el fallo, habitando la palabra dictada a la mano por una voz más profunda, —nacida en la nervadura y su crepitar— y que quizás no nos pertenece en su totalidad. 

XI

Los caminos de la tensión y la insistencia dice la surtidora, 
en el corazón de la nervadura. 
En la dificultad 
el color de la página en blanco.

Como la insistencia de la vida, hay que insistir dice la surtidora.
Llevar la colección de nervios y corazones más allá de lo tibio. 
Llevar la acción, 
sus tensiones y nacimientos, 
junto a la memoria 
y sus fundiciones en la muerte.

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@LiberLudens

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