«La salud es un estado incierto y no augura nada bueno. Es mejor ser alguien que viva tranquilamente enfermo, así al menos uno sabe de qué va a morir.»

Olga Tokarczuk – Sobre los huesos de los muertos

La Casita Azul – Ubicada en El Conde, detrás de la Iglesia Nuestra Señora de Fátima. Av. Este 10, entre Avenidas Sur 17 y 19, Parque Central, Caracas.

Me acuerdo del pequeño altar en la Casita Azul, por Parque Central. Algunos viernes tomábamos allí y otros días entre semana en la Ratonera, que estaba en la misma calle. En la Ratonera Gus leía los poemas que tenía escritos en una pequeña libreta negra. Yo no decía nada, solo tomaba fotos, con esa sensación latente de que olvidaría aquellos lugares donde raras veces me sentía tranquila. Y pensar que en ciertos antros uno puede experimentar algo parecido a la gracia, la que se mezcla con los eructos de la clientela que pasada las doce deja de ser gente para ser querubina, y ese olor a cigarro y orine, que aceptas con una alegría que da pena. Como si el mañana no importara, pensando que nos quedaremos aquí para siempre, en la fiesta de la esquina, en el recuerdo de la ciudad y de la gente que entra y sale de nuestra vida. Gus terminaba de leer y Alejo comentaba sobre los versos. Gus asentía. Alejo fumaba demasiado y dibujaba lagartos en una servilleta. Luego ambos se miraban y recitaban a Santa Teresa de Jesús: «¡Ay, qué larga es esta vida!/¡Qué duros estos destierros,/esta cárcel, estos hierros/en que el alma está metida!/Sólo esperar la salida me causa dolor tan fiero,/que muero porque no muero». Nunca fui buena con los poemas. Nunca pude aprenderme ninguno de memoria. Pensar nostálgicamente me marea. Es un acto masoquista. Luego de varios años, que Alejo y Gus no están voy a beber sola a la Casita Azul. Veo el altar que tan poca importancia le daba antes. Recuerdo ahora muy tarde los primeros versos que nunca aprendí: «Vivo sin vivir en mí,/y tan alta vida espero,/que muero porque no muero». Este recuerdo en particular, junto a los fragmentos de un poema que nunca me voy a aprender, son de color azul ¿Los recuerdos pueden tener tonos cálidos y fríos al mismo tiempo? A todas esas mientras me tomaba la décima cerveza me preguntaba sobre qué color tenía la ausencia. O es que solo divago y de manera involuntaria y etílica me terminé aprendiendo algunos versos de memoria: «Porque si es dulce el amor,/no lo es la esperanza larga:/quíteme Dios esta carga,/más pesada que el acero,/que muero porque no muero». ¿Será?

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@LiberLudens

También los animales son ciudades.

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