Locura y creación

por Ludovico Silva

En una entrevista publicada en el «Papel literario» con José Solanes, el médico del gran Antonin Artaud, decía Solanes: «Las drogas no sugieren nada que no esté ya dentro de nosotros. Y el delirio como tal, tampoco». Solanes tuvo oportunidad de tratar frecuentemente a Artaud, como médico y amigo, durante sus años de sanatorio. Pudo ver de cerca a aquel cerebro privilegiado, con todos sus delirios creadores. Subsiste una pregunta: ¿Son asimilables la locura y la creación artística? La pregunta es vieja, y aún sin respuesta definitiva. Es más: las diversas escuelas poéticas han dado diferentes respuestas a la misma pregunta. Para los surrealistas, por ejemplo, el estado creador estaba rayano en la locura, pues se trataba de hacer un inmenso «desarreglo de los sentidos» (según la consigna de Rimbaud) para poder captar las irradiaciones del inconsciente y transmitirlas mediante la escritura automática, en un proceso del cual quedaba desterrada la «razón», según lo declarara expresamente André Breton en su definición de escritura automática. En efecto, su definición reza así: «Surrealismo. s.m. Automatismo psíquico puro por el cual nos proponemos expresar, ya sea verbalmente, ya por escrito, ya de cualquier otra manera, el funcionamiento real del pensamiento. Dictado del pensamiento, en ausencia de todo dominio ejercido por la razón fuera de toda preocupación estética y moral».

Este automatismo era capaz de producir, en una especie de delirio visionario, expresiones poéticas como estas:

El gran frigorífico blanco en la noche de los tiempos

que distribuye escalofríos en la ciudad canta para él solo

y el fondo de su canción se parece a la noche que hace bien todo lo que hace.

O bien, expresiones como estas:

Un poco antes de medianoche junto al desembarcadero

si una mujer desmelenada te sigue no hagas caso.

Es el azul…

Los surrealistas reivindicaban, y reivindican aún hoy (pues el surrealismo no ha muerto, es una respuesta constante y perenne) el papel de la locura y el delirio en el proceso de la creación literaria. Sin duda, las drogas tienen allí una puesto destacado, pues las drogas provocan estados de delirio. Pero si, como dice, José Solanes, las drogas no sacan de nosotros nada que no estuviera ya en nosotros, podemos preguntarnos: ¿son necesarias las drogas para el proceso creador? Personalmente, no creo que sean necesarias ni que hayan producido jamás ninguna obra de arte o literaria de significación por sí solas. Las encargadas de producir esas grandes obras del espíritu son la imaginación y la fantasía. Lo que ha ocurrido con esto es un quid pro quo. Como el artista necesita elevar su sensibilidad a alturas e intensidades inusuales, insólitas, el artista termina casi siempre por convertirse en un personaje extraño, extraviado, distinto del resto de los mortales, y con inclinación a las drogas, especialmente el alcohol. No se soporta tan fácilmente esa tensión de la fantasía creadora que exige el arte. Hace falta un gran temple. Sin embargo, hay tipos de artistas que realizan grandes esfuerzos imaginativos y de intuición y sin embargo, son capaces de conservarse perfectamente normales. Tal es el caso de Valéry, quien trabajaba sus versos no de acuerdo a un delirio, sino de acuerdo a una razón constructora.

El Nacional, 20 de octubre de 1976

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