Pathei mathos

por Rick Marshall

Querido lector,

He comenzado a leer Moira: Fate, Good, & Evil in Greek Thought (Moira: el destino, el bien y el mal en el pensamiento griego), de William Chase Greene, y estoy impresionado con las cinco primeras páginas, que incluyen una de las revisiones más ágiles sobre las concepciones griegas básicas que yo haya leído. Esas páginas tamizan relaciones entre docenas de elementos cruciales, aunque la exploración más profunda de sus significado se deja al resto del libro. Para auxiliarme en el desmenuzamiento de este sustancioso material voy a explorar un tanto su vocabulario, de manera que me ayude a examinar el contexto cultural de sus filósofos, comenzando en este párrafo de la página 5:

El fuerte de Greene no está en sus prioridades, ni tampoco en sus conclusiones, sino en la riqueza del material con que trabaja. Es decir, a pesar de que no siempre interpreta de manera correcta ese material, acierta más o menos tanto como se equivoca -y en verdad, la mayoría de los modernos no llega a comprender el nivel de profundidad que los griegos demandan-. Lo importante, sin embargo, es que selecciona material clave para comprender las preocupaciones de la Grecia de la antigüedad. En ese capítulo introductorio enfoca, uno tras otro, términos centrales. Si de verdad se desea comenzar a comprender muchos de sus conceptos medulares, que de manera tan radical separan la visión clásica del mundo, de la actual, -si de verdad quiere uno entenderse a sí mismo y a su mundo-, tendremos que entrar y considerar, además de la cosmovisión que hoy se maneja, otra distinta y, a partir de ambas, cerrar un triángulo con la perspectiva individual; pues sin ella no se alcanzaría una percepción real. Y justo ahí, en esas páginas introductorias del libro, están esos conceptos y una visión ordenados secuencialmente y listos para que uno comience su propia investigación.

Y empezando como ejemplo por pathei mathos, hay que advertir que ni Greene ni la mayoría de los estudiosos de su significado lo han comprendido cabalmente. Este autor lo resume como: descubrir que la sabiduría puede provenir del sufrimiento (pathei mathos), lo cual es –implica– una escuela del carácter. Esto, apenas es el comienzo de lo que pathei mathos quiere decir. Se acerca a ello tanto como se aleja. Y el peculiar tono condicional de su interpretación, muestra la característica forma moderna de distanciarse de este concepto griego esencial, y que expone una sentencia acerca de la naturaleza humana en absoluto condicional o arbitraria. Por el contrario, señala algo que no es consustancial, un conflicto que nosotros mismos creamos, la razón por la que “Conócete a ti mismo” fue tan central para los griegos antiguos, que aparecía escrito a la entrada del Oráculo de Delfos.

Pathei mathos ha debido ser una expresión citada con frecuencia en la Grecia clásica, aunque hoy la conozcamos mayormente a través de Agamenón, la tragedia de Esquilo. En un contexto semejante, solo una reacción poderosa nos habrá impedido comprender el inequívoco que Esquilo se esmera en presentarnos.

Para los griegos, la piedra angular de la literatura fue la Ilíada de Homero, que selecciona una secuencia crucial del ciclo de historias sobre la guerra de Troya. Una guerra que cierra de manera definitiva los tiempos heroicos, con la aniquilación de sus hombres más brillantes sobre las llanuras troyanas; vidas desperdiciadas en una disputa doméstica.

La cultura que transformó este hecho de pérdida y vergüenza horrorosas, en su épica principal, añadió a esta, otra obra de Homero, la Odisea. Selección de historias sobre los retornos, en los que los “vencedores”, los sobrevivientes de aquella debacle, fueron muriendo, casi todos en el viaje de regreso a sus hogares o en el momento de hacerlo. La épica de Homero escoge los diez años de horror y desesperación en los que Odiseo añora regresar a su hogar; uno de los poquísimos personajes que sobrevivieron a la guerra terrible y, luego, al penoso retorno.

Este es el contexto del Agamenón, que trata sobre el gran rey de los griegos, el que comandó la fabulosa flota de mil barcos a su ruinosa victoria sobre Troya, y cuy retorno terminó mucho menos felizmente que el de Odiseo. Pero más allá del total y fútil desperdicio de la guerra misma, Agamenón regresó oliendo a sangre y a culpa por haber sacrificado a su propia hija, Ifigenia, en aras de cambiar los vientos que, en un comienzo, impedían a la flota griega partir hacia Troya. Regresó al hogar con su concubina Casandra, la profetisa troyana que adivinó los horrores por venir y quien era portadora de la maldición de no ser creída, incluso por los que más la querían; condenada a vivir sin remedia lo que inútilmente había predicho. Regresó para ser asesinada por su esposa Clitemnestra, en venganza por la muerte de Ifigenia, hija de ambos. Para provocar que su hijo Orestes asesinara a su madre Clitemnestra por haberlo asesinado a él.

El gran Gilbert Murray, en el prefacio de su traducción magistral del Agamenón (disponible gratuitamente en Proyecto Gutemberg), nos introduce de lleno en el asunto:

En el resumen de Murray, aunque no totalmente clara, está implícita la naturaleza de ese don: subsanar un defecto de la humana naturaleza, que hace posible que seamos tan abismalmente estúpidos como para cometer crímenes en nombre de la justicia sin darnos cuenta de que esto perpetúa inevitablemente el ciclo de crímenes. Este don no es uno más a recibir entre muchos otros, como parece implicar la interpretación de Greene en su Moira. El uso específico que le da Esquilo a pathei mathos, si se traduce de manera clara no deja lugar a dudas. Desafortunadamente, Murray, no entiende tan bien esta obra, oscurece un tanto el tema al moldearlo para su traducción en verso, pero la traducción de Herbert Weir Smith sí es bien clara:

Por distorsión, juzgamos a la cultura griega como foránea y ajena; pero el verdadero motivo es que choca con nuestros prejuicios modernos. Y así, optamos por pasar por alto o alterar intencionadamente lo más grave de sus sentencias. No nos molestamos en encarar el verdadero significado de esta ley.

Para empezar: únicamente el sufrir puede conducirnos al conocimiento. Mas, debido a los defectos de la naturaleza humana, haremos cualquier cosa para no desbancar nuestras más amadas ilusiones, y así, nuestra sabiduría sólo podrá sufrir metamorfosis, o cambios, en contra de nuestra voluntad y bajo la coacción del pathos.

Luego, la sabiduría ni siquiera siempre ni con frecuencia nos alcanza a través del sufrimiento, pues de ser así, hace mucho tiempo que habríamos roto la cadena de crímenes y castigos que constituye la justicia primitiva. Tal como se muestra en el Agamenón, quienes padecieron esas lecciones de sabiduría, sufrieron, pero no retuvieron la necesaria para romper ese ciclo de violencia. De modo que sea cual sea el conocimiento que un individuo pueda comprender, lo habrá obtenido a la fuerza. El hombre moderno se siente molesto con esta interpretación e insistirá en leer este pasaje aislado del resto de la obra y, por supuesto, de este ciclo de obras, pero ello es simplemente una ilustración del punto primero: que haremos cualquier cosa para no desbancar nuestras más amadas ilusiones.

Este don que Zeus trae a la humanidad no es un don cristiano, como la salvación ofrecida a todos los seres humanos (deducible de lo que Murray dice en su prefacio), ni un don moderno, del tipo de verdad evidente por sí misma y compartida por todos. Es un don tal y como lo entendían los griegos antiguos, para quienes los males eran muchos y los bienes escasos, y no enfatiza el que la sabiduría alcance gratuitamente a todos los hombres; es más bien al revés, lo hace en contra de nuestra voluntad. La concepción de pathei mathos de Esquilo de seguro contó con la aprobación de Heráclito: “Todos los animales son llevados a pastar a palos” y “Lo mejor para los hombres no sería conseguir lo que quieren”. Queremos las cosas erróneas y, dejados a nuestro capricho, nos alejamos de la sabiduría en favor de placeres fatuos y viciosos.

La lectura apresurada de Green del pathei mathos tuerce su significado característicamente griego, favoreciendo una lectura moderna: “Eh, hombre, haz lo que tú quieras, incluso puedes tratar de sufrir de manera que te hagas más sabio; esta es una manera de formar tu carácter”. Con todo, llama nuestra atención sobre este poderoso aserto y éste es un servicio por el que, con el mayor gusto, se perdona un lapsus de interpretación perfectamente comprensible. Como antídoto a la vaga versión de Greene ofrezco unos apuntes del curso de filosofía clásica griega del filósofo tejano Kenneth Smith.

Finalmente, a pesar de que hubo muchos intentos de traducir este pensamiento difícil y vital, quisiera llamar la atención sobre uno más: el artículo The Worst Week (La peor semana) apareció en el número del 19 de noviembre de 2007 de Newsweek. Allí, Evan Thomas discute las conexiones entre el colapso de la presidencia de Lyndon Johnson y los asesinatos de Martin Luther King Jr y Robert Kennedy. Narra la historia de cómo Kennedy buscó el respaldo de King a su campaña presidencial y estuvo a punto de obtenerla cuando King fue asesinado. El 4 de abril del 1968, en lo que se suponía debía ser un mitin de campaña en Indianápolis, sucedió que en su lugar le tocó a Kennedy transmitir la terrible noticia a la multitud que se había reunido para escucharle. Dejó de lado su charla preparada al efecto y habló basándose en las notas que tomó en el vuelo, las cuales capturan su conmoción y sufrir iniciales. El punto de quiebre de su alocución fue su interpretación del pasaje de Agamenón: “Mi poeta favorita fue Esquilo. Él escribió: ‘En nuestros sueños, el dolor que no se puede olvidar, cae gota a gota en el corazón hasta que, para desesperación propia, en contra de nuestra voluntad, la sabiduría nos alcanza por medio de la espantosa gracia de Dios.’”

Sinceramente suyo

Rick.

Texto original:

Verbal Medicine

*Para esta nota estamos agradecidos y a la búsqueda del traductor de este texto cuyo original está en inglés. Este texto llegó bajo unas circunstancias muy particulares pero gratas.

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