La Habana inmortal de Cabrera Infante

por Juan Goytisolo

Servicio especial de El País Exclusivo para El Nacional

Hay que someter las novelas, las novelas que una vez nos gustaron, a la prueba de la relectura. Dejarlas cumplir años y repasarlas para comprobar si han envejecido o conservan intactos los elementos y rasgos que en su tiempo nos cautivaron.

Del dicho al hecho: para Tres tristes tigres (Seix Barral, Barcelona, 1994; 475 páginas) no pasan días. La obra maestra de Guillermo Cabrera Infante pasa, muy al revés, de ellos y, más joven, sabrosa e insolente que nunca, avejenta de golpe a las que , presumen de modernas porque apenas acaban de nacer, esto es, de asomarse a los escaparates de las librerías. La reedición sin cortes de «Tres tristes tigres» («TTT») muestra en contraste la endeblez, colorete e hilaza de mucho de lo que se vende por nuevo. Leámosla mano a mano con cualquier novedad del momento y ésta sufrirá de una senectud galopante, como la pobre esposa del conde Drácula cuando él —marido ejemplar— no alcanzaba a procurarle a tiempo la sangre regeneradora, pero de efectos pasajeros, de una virgen raptada al pie del altar.

Hace más de 20 años, en uno de mis cursillos de la New York University consagrado a Lezama Lima, Cabrera Infante y Severo Sarduy, me esforcé en subrayar la originalidad y riqueza de «TTT»: fruto de mis clases fue el ensayo titulado Lectura cervantina de Tres Tristes Tigres, incluido más tarde en mi libro Disidencias.

Frente a quienes le acusaban de «no haber dominado bien el tema» mostré su fidelidad, tal vez inconsciente, a la prodigiosa lección del Quijote: los episodios y lances que Cabrera Infante presenta de manera fragmentaria y deshilvanada, pueden ser reconstruidos poco a poco, con paciencia, a condición de que sigamos, como detectives, las pistas que siembra. Nuestra lectura es así una lectura activa. Nos corresponde a nosotros, los lectores, juntar las piezas dispersas del rompecabezas. Cabrera Infante tiene la cortesía de permitirnos colaborar, con nuestra sensibilidad e ingenio, en la reconstrucción del libro.

LECTURA EN VOZ ALTA

En la nueva aproximación a «TTT» lo que más me ha seducido de nuevo es su «galería de voces»: ese texto multiforme en el que léxico, ritmo y entonación desempeñan un papel primordial. La advertencia liminar del autor de que su escritura «no es más que un intento de atrapar la voz humana al vuelo como quien dice» debe ser tomada al pie de la letra. Ninguna lectura mejor de «TTT» que su lectura en voz alta.

En mis muy pocos académicos cursos de la New York University, invité a algunos estudiantes y estudiantas cubanas a que leyeran con acento y sin inhibición alguna diversos pasajes del prólogo de «Los Debutantes»: la parodia del presentador bilingüe —o plurilingüe— de Tropicana, la carta de Estelvina, el monólogo de Cuba Venegas, la «conversadera» de Livia y Mirtila sobre las cremas de belleza y perfumes franceses, etcétera.

El resultado de la experiencia fue transformar el aula del severo y vetusto edificio universitario contiguo a Washington Square en un teatro popular habanero durante un show o lectura protagonizados por émulos de Beny Moré o de La Lupe. Con un semblante de seriedad profesoral al comienzo —aguantando la risa como podía—, acabé arrastrado por la de mis estudiantes, presa de una hilaridad general que nos dejó al cabo exhaustos pero felices. Recuerdo que un compatriota de mente más estreñida que estrecha —miembro del claustro de profesores por más señas— asomó la cabeza al aula alarmado por el alboroto y la retiró a punto con un rictus esquinado de desaprobación.

Veinte años después, al repetir la experiencia a solas y sotto voce, me acometió también un pujo incontenible de risa al extremo de tener que cerrar el libro para recobrar el aliento, temeroso de que tal agitación me desbaratara el sueño.

EDÉN DE NOCTÁMBULOS

La fineza de oído de Cabrera Infante escenifica, según advierto ahora, las no menos agudas observaciones de otro cubano —o cubano español— apasionado como él del cine: Néstor Almendros. El desaparecido camarógrafo fue asimismo, aunque casi nadie lo sepa, un fonetista notable que, en un ensayo publicado en 1958 en el «Boletín de la Academia Cubana de la Lengua», toca el tema del español hablado en la isla con un rigor y nitidez ejemplares.

A Cabrera Infante y Néstor Almendros les conocí en La Habana a fines del 61: entonces yo formaba parte también de «este mundo de la gente que se sumergía en las noches y nadaba en cualquier hueco oscuro, aunque fuera artificial, en este mundo de los hombres rana de la noche», un mundo del que deserté, por razones de edad y cansancio, hace muchos años.

Pero La Habana nocturna de 1957 y 58 —ese edén de noctámbulos y noctivagos que es el protagonista real de la novela— estaba ya, cuando me asomé a ella, en vías de extinción. Pude ver y escuchar a Beny Moré interpretando «Santa Isabel de las Lajas» y platiqué en «gallego» con las Cuba Venegas del tiempo, pero Celia Cruz con su Sonora Matancera y el huracán de La Lupe acababan de emigrar al Norte.

Algunos de los nigth clubes citados o descritos por Cabrera Infante habían cerrado sus puertas. El mundo de bohemios, prostitutas y lumpen en el que penetraba con deslumbramiento era un mundo condenado a plazo fijo. «TTT» es así un canto de amor embebido de melancolía incurable al universo cubierto de lava y cenizas del fuego purificador de la revolución.

Cuando visité por última vez La Habana en julio de 1967, todo había sido barrido (la Taberna San Román, el Two Brothers, los barecitos de Jesús María). Al leer después el libro, comprendí que, bajo la máscara del humor y la risa, Cabrera Infante había escrito una novela infinitamente triste. «TTT» o la ciudad alegre y confiada en vísperas del apocalipsis: sus últimas noches pompeyanas.

Más que la proeza de ingeniería literaria de la novela y su polifonía espléndida, es ese dolor soterrado, tanto más acuciante cuanto nunca expuesto, el que vertebra y da su grandeza al libro.

Celebremos La Habana difunta, La Habana inmortal resucitada por Cabrera Infante con humor, cariño, ternura e impregnadora nostalgia, creación a la vez literaria y humana que nos arranca el muermo de tanta prosa inerte y nos devuelve a través de los cinco sentidos al nódulo y simiente de la vida: ¡la palabra!

El Nacional, Lunes, 9 de enero de 1995

Publicado por

@LiberLudens

También los animales son ciudades.

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