El árbol de la ciencia

El árbol de la ciencia es una novela del escritor español Pío Baroja publicada en 1911. La he disfrutado mucho. Durante los días que abordé su lectura me hizo pensar en muchos temas relacionados con la incertidumbre y el estado de concentración que puede lograrse luego de tanto tiempo encerrado, evitando no pensar mucho sobre la misma incertidumbre, los oficios mal pagados y la repetición.

La vida de Andrés Hurtado, el personaje principal, me conmovió de tal manera que me llevó a sostener la idea de que las grandes novelas son esas que nunca terminan de decir lo que pretenden decir. Quedan a merced de lecturas perennes. Quedan abiertas para el deleite de lo infinito, para abrir debates en defensa o destrucción de la obra misma.

Con certeza Baroja al momento de publicar su novela llegó a comentar que su Árbol era el libro más acabado de todos. Los grandes libros se nos presentan como un manual de instrucciones que hay que leer con mucha cautela, porque cada oración, diálogo, detalle de un salto a otro son lecciones de un dominio pleno del estilo. Una enseñanza literaria.

Baroja es uno de los escritores más representativos de la generación del 98, conformada por personajes que al igual que él veían con angustia el panorama de su España decadente. Su texto muestra críticas contundentes, su dolor por España, que por muy contradictorio que fuera, era el lugar que amaba pero que al mismo tiempo no le gustaba.

Es triste todo eso. Siempre en este Madrid la misma interinidad, la misma angustia hecha crónica, la misma vida sin vida, todo igual.

La brevedad de los capítulos, que a su vez conforman el conjunto total de la novela, son un recorrido de diversos personajes que el narrador va presentando en todos sus defectos, raras veces destaca la virtud de alguno. Las descripciones de los lugares de España junto a las situaciones forman un interesante y jocoso acercamiento al siglo XX. El Árbol es una disección filosófica de la época.

Hay una dureza en Hurtado en la forma como se expresa de su gente. El doctor es un extranjero en una tierra que no entiende. Es severo con las diferencias que hay entre los ricos y pobres, injusticias donde los desamparados, los niños, las mujeres y los analfabetas son las alteridades despreciadas por el progreso; los personajes en su petulancia ibérica esconden sus miserias; la ignorancia que deriva de amnesias voluntarias de un país que poco interés tiene por su historia, donde la tradición cristiana ha conjugado todas las formas de hacer la vida, un rutina plagada de egoísmos sembrados en largas estirpes.

Las reflexiones se desarrollan de una manera lúcida en la temporada que Hurtado está en el pueblo de Alcolea, pueblo que termina despreciando. Alcolea es la representación de su España enferma, una población que fácilmente puede ser cualquier lugar del mundo. El diagnóstico médico de lo particular a lo general.

Las costumbres de Alcolea eran españolas puras, es decir, de un absurdo completo.

El pueblo no tenía ningún sentido social; las familias se metían en sus casas, como los trogloditas en su cueva. No había solidaridad; nadie sabía ni podía utilizar la fuerza de asociación. Los hombres iban al trabajo y a veces al casino. Las mujeres no salían más que los domingos a misa.

Por falta de instinto colectivo,  el pueblo se había arruinado.

Algo que me dejó también desconcertado era afán de la nostalgia, ese cuando antes éramos ricos lo sentí en la novela como un reproche a mi realidad. Ese orgullo que llena de tanto asco al médico Hurtado, en sus reflexiones sobre la decadencia de un país embobado por los prejuicios, la moral religiosa, la corrupciones de los políticos. Los españoles no eran muy distintos de los venezolanos. Madrid fácilmente podía ser Caracas.

El tema central del libro: el árbol de la ciencia, que tiene como contra parte el árbol de la vida, ambos referentes de los pasajes bíblicos que conforma una de las primeras narrativas de la Cultura Occidental. Los pasajes donde Hurtado mantiene discusiones filosóficas con su tío Iturrioz, tocan temas relacionados a desorientaciones existenciales, el sentido de la vida, el amor, las caducidad de los cuerpos y el porvenir de las cosas. Son las partes que junto a los pequeños relatos dotan de una fuerza única a la novela. Las lecturas de Kant y Schopenhauer son los puntos de referencia de las inquietudes filosóficas de Hurtado.

…Kant ha sido el gran destructor de la mentira grecosemítica. Él se encontró con esos dos árboles bíblicos de que usted hablaba antes y fue apartando las ramas del árbol de la vida que ahogaban al árbol de la Ciencia. Tras él no queda, en el mundo de las ideas, más que un camino estrecho y penoso: la Ciencia. Detrás de él, sin tener quizá su fuerza y su grandeza, viene otro destructor, otro oso del Norte, Schopenhauer, que no quiso dejar en pie los subterfugios que el maestro sostuvo amorosamente por falta de valor. Kant pide por misericordia que esa gruesa rama del árbol de la vida, que se llama libertad, responsabilidad, derecho, descanse junto a las ramas del árbol de la ciencia para dar perspectivas a la mirada del hombre. Schopenhauer, más austero, más probo en su pensamiento, aparta esa rama, y la vida aparece como una cosa oscura y ciega, potente y jugosa, sin justicia, sin bondad, sin fin; una corriente llevada por una fuerza X, que él llama voluntad y que, de cuando en cuando, en medio de la materia organizada, produce un fenómeno secundario, una fosforescencia cerebral, un reflejo, que es la inteligencia. Ya se ve claro en estos dos principios: vida y verdad, voluntad e inteligencia

La novela es una composición de pequeñas anécdotas que sumadas hacen la vida de Andrés Hurtado, médico melancólico, enfermo, confundido y aterrado por el alma de su tiempo, que confunde su vocación práctica de salvar o preservar la vida, a la par que desprecia el porvenir de la humanidad. En la novela quedé con la impresión que la amistad también es un terreno de camaradería repleto de vivencias, que también abre de manera inevitable los espacios para las rencillas y las envidias, porque es sabido que los amigos están para hablar mal siempre de uno, al menos los que tienen o comparten las mismas pasiones o disgustos, por muy distintos que sean. Los amigos se encuentran y se unen por esas mismas diferencias; entre esas posturas, hablar mal del otro, solo manifiesta un afán de proyección, de aprender a sentir placer en los fracasos de otros para evitar pensar en los propios.

Esta manera de retratar la amistad entre Hurtado, Montaner y Aracil me pareció muy honesta, porque toca un tema que muchos han sentido pero son incapaces de retratar. Esas pasiones oscuras que mueven los hilos entre los amigos, que no parecen cambiar con el paso de los años. Pero ellos también son movidos por esa lucha de convertirse en alguien, sentar cabeza, cumplir con las aspiraciones mínimas que dan acceso a lo mundano y material.

Ciertos personajes no tienen alternativa que la de soportar el peso que implica el desencanto del mundo. No tienen otra ley que la de sufrir eso que no entienden. Todo va mal porque el personaje no tiene otro destino. Lo llega a asumir de tal manera que termina optando por el suicidio escalonado, aquel en donde se tiene que seguir viviendo después de fracasar. Las grandes historias sobre la existencia parece que nos sugieren las mismas posturas, como si se concluyera, al igual que en el Proceso de Kafka, que es el miedo y la mentira los elementos que dan forma al mundo, y nosotros no tenemos otra opción que la de morir ¡como un perro!

Los hombres son egoístas por naturaleza y necesitan de paraísos artificiales de los cuales aferrarse, para moverse en conjunto porque la soledad sin contemplación puede llegar a ser insoportable. Esta forma de derrota junto con la intrascendencia son elementos universales que definen a los mejores (anti)héroes de la novela moderna.

Disociación

 —No sé, no sé, murmuró Iturrioz. Creo que vuestro intelectualismo no os llevará a nada. ¿Comprender? ¿Explicarse las cosas? ¿Para qué? Se puede ser un gran artista, un gran poeta, se puede ser hasta un matemático y un científico y no comprender en el fondo nada. El intelectualismo es estéril. La misma Alemania, que ha tenido el cetro del intelectualismo, hoy parece que lo repudia. En la Alemania actual casi no hay filósofos, todo el mundo está ávido de vida práctica. El intelectualismo, el criticismo, el anarquismo van de baja.

 — ¿Y qué? ¡Tantas veces han ido de baja y han vuelto a renacer! contestó Andrés.

 — ¿Pero se puede esperar algo de esa destrucción sistemática y vengativa?

 —No es sistemática ni vengativa. Es destruir lo que no se afirme de por sí; es llevar el análisis a todo, es ir disociando las ideas tradicionales, para ver qué nuevos aspectos toman, qué componentes tienen. Por la desintegración electrolítica de los átomos van apareciendo estos iones y electrones mal conocidos. Usted sabe también que algunos histólogos han creído encontrar en el protoplasma de las células granos que consideran como unidades orgánicas elementales y que han llamado bioblastos. ¿Por qué lo que están haciendo en física en este momento los Roentgen y los Becquerel y en biología los Haeckel y los Hertwig no se ha de hacer en filosofía y en moral? Claro que en las afirmaciones de la química y de la histología no está basada una política, ni una moral, y si mañana se encontrara el medio de descomponer y de transmutar los cuerpos simples, no habría ningún papa de la ciencia clásica que excomulgara a los investigadores.

 —Contra tu disociación en el terreno moral, no sería un papa el que protestara, sería el instinto conservador de la sociedad.

 —Ese instinto ha protestado siempre contra todo lo nuevo y seguirá protestando; ¿eso qué importa? La disociación analítica será una obra de saneamiento, una desinfección de la vida.

 —Una desinfección que puede matar al enfermo.

 —No, no hay cuidado. El instinto de conservación del cuerpo social es bastante fuerte para rechazar todo lo que no puede digerir. Por muchos gérmenes que se siembren, la descomposición de la sociedad será biológica.

 — ¿Y para qué descomponer la sociedad? ¿Es que se va a construir un mundo nuevo mejor que el actual?

 —Sí, yo creo que sí.

 —Yo lo dudo. Lo que hace a la sociedad malvada es el egoísmo del hombre, y el egoísmo es un hecho natural, es una necesidad de la vida. ¿Es que supones que el hombre de hoy es menos egoísta y cruel que el de ayer? Pues te engañas. ¡Si nos dejaran!; el cazador que persigue zorras y conejos cazaría hombres si pudiera. Así como se sujeta a los patos y se les alimenta para que se les hipertrofie el hígado, tendríamos a las mujeres en adobo para que estuvieran más suaves. Nosotros, civilizados, hacemos jockeys como los antiguos monstruos, y si fuera posible les quitaríamos el cerebro a los cargadores para que tuvieran más fuerza, como antes la Santa Madre Iglesia quitaba los testículos a los cantores de la Capilla Sixtina para que cantasen mejor. ¿Es que tú crees que el egoísmo va a desaparecer? Desaparecería la humanidad. ¿Es que supones, como algunos sociólogos ingleses y los anarquistas, que se identificará el amor de uno mismo con el amor de los demás?

 —No; yo supongo que hay formas de agrupación social unas mejores que otras, y que se deben ir dejando las malas y tomando las buenas.

 —Esto me parece muy vago. A una colectividad no se le moverá jamás diciéndole: Puede haber una forma social mejor. Es como si a una mujer se le dijera: Si nos unimos, quizá vivamos de una manera soportable. No, a la mujer y a la colectividad hay que prometerles el paraíso; esto demuestra la ineficacia de tu idea analítica y disociadora. Los semitas inventaron un paraíso materialista (en el mal sentido) en el principio del hombre; el cristianismo, otra forma de semitismo, colocó el paraíso al final y fuera de la vida del hombre y los anarquistas, que no son más que unos neocristianos; es decir, neosemitas; ponen su paraíso en la vida y en la tierra En todas partes y en todas épocas los conductores de hombres son prometedores de paraísos.

—Sí, quizá; pero alguna vez tenemos que dejar de ser niños, alguna vez tenemos que mirar a nuestro alrededor con serenidad. ¡Cuántos terrores no nos ha quitado de encima el análisis! Ya no hay monstruos en el seno de la noche, ya nadie nos acecha. Con nuestras fuerzas vamos siendo dueños del mundo.

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Alexander JM Urrieta Solano

Publicado por

@LiberLudens

También los animales son ciudades.

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